Tal como es narrada en la comarca de la Marina alicantina, esta historia legendaria parece arrancada de otro contexto, ya que el personaje de Roldán, su protagonista, tiene su territorio mucho más al norte, donde, aparte su personalidad como paladín, sobrino y par del emperador Carlomagno, es recordado bajo el nombre de Errolán como personaje mitológico tradicional en todo el país vasconavarro.
Dicen en esta comarca costera de la Comunidad Valenciana que Roldán era un pacífico gigantón que vivió hace muchos siglos, más allá de lo que alcanza la memoria, en las anfractuosidades resecas que conforman la sierra Aitana y sus últimas estribaciones hacia el mar, la sierra de Bernia, a los pies del Puig Campana. Su vida discurría solitaria, porque nadie quedaba ya vivo de su raza y los seres humanos corrientes y molientes, cuando tropezaban casualmente con él, lo rehuían y ni siquiera dejaban que Roldán se les acercase, porque tenían miedo a su aspecto y a la enorme fuerza que se le adivinaba detrás de su apariencia primitiva y salvaje.
Esta circunstancia convirtió a Roldán en un ser triste y taciturno. Y, aunque no le faltaba el sustento, porque los montes estaban llenos de animales que podía cazar para subsistir, ni el agua, porque todos los valles abundaban en fuentes de agua exquisita, se sentía falto de otras cosas tan necesarias para la vida como el comer y el beber, el contacto con sus semejantes, aunque fueran tan pequeños para él como eran los habitantes de las serranías y los pescadores de las playas cercanas.
El gigante Roldán vivía en una cárcava escondida entre peñascos, y cierta vez, al salir en busca de agua a una de las fuentes más frescas que conocía, encontró llenando una cántara a la muchacha más hermosa que jamás habría podido imaginar. Estaba a punto de huir para no asustarla, cuando se dio cuenta de que ella, al contrario de lo que era ya costumbre de toda la vecindad de los contornos, no sólo no huyó al verlo aparecer, sino que le sonrió y hasta se atrevió a hablarle como si se dirigiera a otra persona cualquiera de su mundo. Aquel hecho, tan simple como insólito para Roldán, hizo nacer súbitamente el amor en el pecho del gigante, que desde aquel día dedicó su vida, su quehacer y todos sus pensamientos a aquella mujer, la única criatura entre todas las demás que parecía reconocerlo como ser humano que era, a pesar de su tamaño y de su aspecto. Un día, pasado el tiempo y vencida su propia timidez, le propuso que fuera su compañera, y ella le aceptó.
Roldán comenzó a sentirse feliz por primera vez en su vida. Y ella también, al menos eso parecía. Él se esmeró en construir una alegre cabaña justo en la falda del monte, frente al mar, abandonando la hosca cueva que hasta entonces le había servido de refugio. Y cuando la tuvo construida, con su correspondiente porche, al estilo de los riu-raus de los campesinos de la comarca, propuso a la muchacha quedarse allí para siempre, conocer a su gente y, dentro de lo posible, ser unos más en la comunidad, si querían aceptarlos. Ella se unió entusiasmada a la idea y, desde entonces y por un tiempo que nadie habría sabido medir ni por meses ni por años, vivieron en medio del amor y de la felicidad. Los huertanos olvidaron el tamaño desmesurado de Roldán y se sintieron felices de tenerlo como amigo, aunque prefirieron siempre ver vivir a la pareja alejada de ellos, porque no se sabía de qué podía ser capaz un ser de semejante envergadura.
Pero sucedió cierto día, mientras Roldán regresaba al hogar después de una jornada de caza que le había llevado hasta el otro lado de la sierra, que se cruzó con él un desconocido extraño, envuelto en ropas de luto, que lo detuvo un instante para anunciarle que corriera a su cabaña, que la mujer estaba enferma y que estaba condenada a morir cuando el sol se ocultarse. Antes de que Roldán pudiera pronunciar palabra, el desconocido había desaparecido.
Corrió entonces Roldán dando saltos entre las peñas y, al llegar a su hogar, comprobó que lo que el misterioso personaje le había anunciado era cierto. Y no sólo que era cierto, sino que el sol estaba apunto de ocultarse detrás del Puig Campana, que extendía ya sus sombras hacia la casa. Roldán ,desesperado y tratando de retener un poco más la vida a su mujer, subió a la cima de cuatro zancadas y, dando un puntapié, arrancó de cuajo un pedazo del monte, que voló hacía la bahía de Benidorm y medio se hundió en el agua, formando una isla minúscula que todavía cabe ver hoy, del mismo modo que cabe ver en el monte la brecha que causó la formidable patada del gigante. Luego, corrió a la cabaña, cogió en sus brazos a la mujer y emprendió de nuevo la subida, con la esperanza de alcanzar la cumbre antes de que el sol terminara de ocultarse. Pero cuando llegó a la brecha, el sol se escondía ya detrás de las cimas más altas de la Aitana y la vida de la mujer se extinguía dulcemente con el resplandor de los últimos rayos.
Roldán tomó entonces el cuerpo de la amada, bajó hasta la playa, penetró en el mar y, avanzando por la bahía, fue a depositarlo dulcemente en la isla que había surgido de los restos de la brecha que había abierto en la cumbre. Luego, abrazado al islote, se dejó hundir en el mar y pereció ahogado dejando que las aguas cubrieran su cuerpo en las cercanías de la tumba que albergaba el de la mujer.
FIN.
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Que disfrutéis de esta apasionada leyenda, espero os guste y que paséis una muy buena semana, hasta la que viene, Abrazos.
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