Un marido joven perdió a su mujer en la flor de la vida. Ésta había sido hermosa, pero un poco desabrida y terriblemente celosa. Tras un duelo como es debido, el joven sintió que con la primavera nacían en él nuevas emociones.
Se buscó mujer, y pronto se prometió con la deliciosa Yoyohi, cuyo nombre sonaba como un trino de pájaros cantores, como el roce de la seda en un abanico.
En una palabra, el joven viudo estaba enamorado, y era más feliz de lo que lo había sido nunca con su primera esposa. Fue entonces cuando se apareció por primera vez el fantasma de su mujer. Una noche en que él estaba durmiendo tranquilamente en su tatami, sintió que una corriente de aire frío le cosquilleaba en la planta de los pies, se despertó. Ante él estaba Kyrioka. La joven, aunque evanescente, parecía furiosa, y no había perdido ni una pizca de su temperamento celoso:
"Cómo te atreves -dijo - a engañarme con esa tontita sin ningún encanto que tiene -añadió con perfidia - una fea mancha de nacimiento en el pecho izquierdo?
-Y tú cómo lo sabes? -preguntó el marido, estupefacto.
-En el reino de los muertos tenemos acceso a los misterios, y conocemos todas las cosas que os están ocultas a vosotros los mortales".
La muchacha se fue. El marido, aún temblando de miedo, ya no volvió a dormirse aquella noche.
A partir de aquel instante, la vida de Heiyoshi se volvió un infierno. De día, se paseaba con la tierna Yoyohi por los jardines de su padre. Se quedaban junto al gran estanque, admirando la dilatada gracia de las flores de loto.
Heiyoshi, a la vez que hablaba con ella y se lanzaban recíprocas sonrisas tímidas, no se cansaba de contemplar la nuca perfecta de su amada, su moño negro azabache, sus mejillas, que tenían el terciopelo de la flor del ciruelo.
Llegada la noche, el fantasma de Kyrioka acudía a atormentarlo. Sentada al pie de su estera, su difunta esposa hacía burla de todos sus actos y gestos de aquel día, e imitaba sarcásticamente sus tiernas palabras. Le recordaba sus antiguos amores, y le repetía:
"Lo sé todo de ti, y ese saber te encadena. Tu vida es sólo mía,mía!.
El desdichado, en el límite de sus fuerzas y casi a punto de perder la razón, se confió a un amigo, que le aconsejó que fuera a consultar a un célebre maestro zen que llevaba vida eremítica en el antiguo templo de Kenninji. El viaje resultó largo y difícil. Finalmente, Heiyoshi llegó a los pies del maestro, y le contó su infortunio.
"Tu mujer se ha convertido en fantasma, y lo sabe todo de ti.
-Sí, Maestro, ya sabéis, como ella vive en el país de los muertos, tiene acceso a esos misterios que se nos escapan, conoce el pasado y el futuro, y rebusca sin dificultad en mis menores pensamientos.
-Ya veo -dijo el maestro, rascándose un dedo del pie con un palito de bambú, pues había llovido y un poco de barro le había salpicado los pies desnudos en las sandalias-. Ya veo...
-Qué tengo que hacer, maestro?
-Eres joven, Heiyoshi, tu corazón es nuevo y tierno. Tiene fácil asegurarse el tener poder sobre ti. Te voy a ayudar".
El joven viudo se deshizo en agradecimientos, y dijo:
"Seguiré vuestros consejos, Maestro, me ajustaré a ellos punto por punto, no tenéis más que indicarme el camino
Cuando el fantasma de tu esposa aparezca, confiésale humildemente tu ignorancia, alaba sus asombrosos conocimientos, en una palabra, halágala, y proponle un trato: "Si puedes responder a una última pregunta, estaré definitivamente convencido de tus poderes sobrenaturales, renunciaré a Yoyohi, que no es más que una simple mortal, y seré fiel esposo tuyo para siempre".
-Ay!- exclamó Heiyoshi- Ganará ella, seguro! Lo que no sabe, lo adivina, nada de lo que yo hago o pienso le está oculto...
-Sigue mi consejo -dijo con cierta dureza el maestro -, o, si no quieres escucharme, vete!.
Heiyoshi, turbado, azorado, aceptó:
"Os obedeceré, Maestro.
-Toma en tu mano derecha cerrada un buen puñado de granos de soja y pregúntale cuántos hay.
-Y ya está?, preguntó Heiyoshi.
El maestro zen no respondió. Se había puesto en zazen y estaba meditando.
Heiyoshi volvió a casa. Aquella misma noche, volvió aparecerse su mujer:
"Has ido ha visitar a un maestro zen -dijo riendo sarcásticamente -, te creías que no lo sabía, pensabas que te me podrías escapar?"
Heiyoshi metió entonces la mano en una pila de soja, tomó un buen puñado y se lo presentó con la mano cerrada:
"Cuantos granos hay?", preguntó.
El fantasma de Kyrioka se disipó en el aire y no volvió a aparecerse nunca más.
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Basta poca cosa, una pizca de sentido común, una pregunta clara, una risa, para desarbolar a los falsos gurus, que manipulan a las almas simples, a los espíritus sensibles o frágiles, envolviéndose de sombra y misterio. Unos cuantos granos de soja, y se esfuman los fantasmas...
FIN.
Esperando de que os sea de gran ayuda y sirvan para la reflexión, os deseo un buen término de semana y que disfrutéis del fin de semana, gracias por estar ahí y hasta la que viene.Saludos.
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