El agua fuerte refina el oro, pero podrá destruir la lentejuela.
Así es, Majestad. El verdadero amor y la verdadera amistad se encuentran en los hechos no en las palabras, como podéis ver en la fábula de las palomas y el ratón.
¡Qué fábula es ésa?, preguntó el joven rey.
El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.
Un hermoso cuervo había anidado en la cima de un alto árbol. Desde su observatorio privilegiado podía controlar todo, absolutamente todo cuanto ocurría a su alrededor.
Una agradable mañana de primavera, le despertó un extraño ruido. Era de un horrible ser, que andaba sobre las dos patas traseras y olía a maldad y perversidad. El cuervo, con mucho cuidado intentó no hacer ruido para no llamar la atención del extraño y poder ver qué pretendía hacer.
El cazador, sin saber que era vigilado por cientos de ojos preocupados, extendió la red, esparció un puñado de arroz y se escondió tras un árbol esperando a que cayera algún desgraciado pájaro en la trampa. Todos los habitantes voladores de la zona se dieron cuenta del peligro y no salieron de su refugio.
Justo en esos momentos, una bandada de palomas, dirigidas por su líder, llamada Cuello Dorado, pasaba por allí, y al ver los granos de arroz, pidieron permiso a su guía para aterrizar; tras recibir su señal de conformidad, bajaron posándose en la trampa.
Tardaron unos segundos en reaccionar. Luego el pánico se apoderó de todas ellas, que empezaron a aletear histéricamente, pensando que así podrían liberarse de la red. Pero allí estaba Cuello Dorado para tranquilizarlas y buscar una solución:
¡Dejad de llorar de una vez!, ordenó con firmeza. Tengo una solución, que si me hacéis caso podremos salir vivas de aquí. Cuando os diga, todas juntas aletearemos a la vez para levantar la red.
¡De acuerdo?, y al no oír ninguna objeción, ordenó: ¡Ahora!
Ante la desesperación del cazador, que salió corriendo tras ellas, levantaron la red y ascendieron hacia el cielo. Era un espectáculo único y conmovedor. El cuervo, testigo de todo lo ocurrido, pensó: "Eso podía haberme ocurrido a mí. Lo mejor será que vaya detrás de ellas para ver cómo termina la odisea de las inteligentes palomas. Siempre viene bien conocer las experiencias de los demás". Cuello Dorado, al ver que aquel ser de dos piernas aún les perseguía, ordenó:
¡Vamos, más rápido. Debemos alejarnos de aquí e ir hacía aquella montaña arbolada. Allí tengo un amigo, el ratoncito, que nos puede ayudar a liberarnos de esta maldita red.
Al cazador ya no le quedaba más aliento. Cansado, frustrado y estupefacto, cayó sobre el verde césped del bosque para descansar y recuperar fuerzas antes de regresar a su casa.
Cuello Dorado, al ver que el cazador dejó de perseguirlas, felicitó a sus compañeras por el gran esfuerzo realizado, y les pidió que empezaran a descender, pues ya estaban cerca de la morada del ratoncito. Una vez posadas sobre tierra firme, la líder de la bandada llamó a su amigo:
¡Ratoncito, ratoncito, soy yo, Cuello Dorado!
El ratoncito, que era muy precavido y había vivido difíciles momentos durante su larga vida, había hecho una discreta madriguera, tipo búnquer, en el seno de la colina, con cien agujeros de salida y entrada. Al reconocer la voz de su vieja amiga, se alegró tanto que no sabía por cual de los agujeros salir, y dar un abrazo a Cuello Dorado.
El reflejo de la luz del sol, en un principio, no le dejó ver aquella asombrosa e inédita escena. Necesitó unos segundos para reaccionar. Frotó los pequeños y brillantes ojos, y se acercó a la red con mucha cautela. ¡No lo podía creer! Allí estaban decenas de palomas, junto con su querida amiga. No podía contener las lágrimas.
Pero, ¿qué ha pasado? ¿Quién diablos os ha metido entre las rejas de esta maldita tela?
Y su amiga, emocionada, le contó lo sucedido, autoculpándose de ser la responsable de haber dirigido a sus compañeras hacía la trampa.
¿Sabes? Yo vi las semillas, pero no la red.
El ratoncito, sin perder el tiempo se puso a morder los hilos del lado donde estaba Cuello Dorado.
¡No! Por favor, libera primero a mis amigas, dijo la paloma a su salvador. Pero éste, ignorando la petición de ella, siguió con su trabajo. La paloma volvió a pedirle una vez más que primero diera la libertad a las demás aves.
Pero, parece que tú no te quieras a ti misma, ¿eh?, dijo con asombro el ratón, y continuó. La primera en salir de la red debe ser la jefa.
-No lo entiendes- contestó Cuello Dorado-. He sido yo quien las llevó hacía la trampa, confiaron en mí y por tanto es mi deber sacarlas de ella. Además, si me desatas primero, es posible que te canses y dejes de seguir mordiendo la red. En cambio, si las sacas a ellas primero, sé que me liberarás aunque estés exhausto.
Eres genial, amiga mía, exclamó el ratoncito, haré lo que tú me digas. Y orgulloso de tener a aquella ave como amiga, siguió con más energía su faena hasta que la última paloma pudo disfrutar de la libertad recuperada.
-Nunca te olvidaremos, buen amigo- dijo Cuello Dorado, dando un abrazo al ratoncito- sabes que si necesitas algo, sólo tienes que decírmelo. Ahora tenemos que regresar a casa y descansar. Hasta siempre, Ratoncito. Y desaparecieron como una nube blanca en el cielo azul.
Cuando el viejo sabio terminó su relato, el joven rey se quedó pensativo y luego dijo:
-Hay una gran moraleja en tu relato. Eso demuestra lo valioso que es tener amigos verdaderos.
-Así es, Majestad, respondió el anciano. No hay nada en el mundo más dulce que disfrutar de la compañía de buena gente. ¿Conocéis la historia de la gacela atrapada?
-¿Qué gacela?, preguntó el joven rey.
El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.
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Qué disfrutéis de los momentos que el universo nos regala y nunca os falte luz en el farolillo para seguir por el sendero de vuestra vida. Un abrazo y hasta muy pronto.
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