Sólo una bestia sin sentido común puede ser tan estúpida.
Permitidme, Majestad, contradeciros, contestó el anciano. Pensad en la fábula de la mujer que fue devorada por un león.
¿De qué fábula se trata?, preguntó el rey.
El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.
Había una vez una joven muchacha casada con un hombre mayor que ella, su vida no era muy feliz, pues además de la diferencia de edad, eran muy pobres. Un día la mujer le dijo a su marido:
Somos pobres, y si nos quedamos más tiempo en este pueblo, lo seremos aún más, y así, hasta que el cielo nos lleve. Vamos a probar nuestra suerte en otro sitio. No creo que lo pasemos peor de lo que lo estamos pasando ahora.
Su marido aceptó. Vendieron una pocas cosas que tenían, y juntos salieron del pueblo para probar suerte en otra parte. Se dirigían a la ciudad real. Viajaron varios días hasta que una mañana, cansados, se dejaron caer a la sombra de un árbol para descansar. El anciano estaba agotado y lleno de preocupación, y empezó a contar sus pensamientos en voz alta.
-¿Quién sabe lo que nos espera en una ciudad grande? Allí nadie nos conoce, ni nosotros conocemos a nadie. Me temo que sólo encontraremos miseria como antes. Y si eso ocurre, tú me abandonarás, pues soy viejo y pobre, y buscarás a otro hombre, joven y rico.
-Pero, ¿qué estás diciendo? He jurado estar contigo hasta el fin de nuestros días y vuelvo a jurarlo otra vez, contestó la joven, asustada por lo que su marido había dicho.
Estas palabras tranquilizaron al anciano esposo, puso su cabeza en el hombro de su mujer y se durmió.
Mientras tanto, un jinete que venía de una colina se dirigió hacia ellos. Su rostro era como la luna plateada y su caballo corría como el viento. Llevaba un bonito traje, pues era el príncipe, quien había salido de la ciudad para dar un paseo.
Cuando la mujer le vio, su corazón empezó a temblar de amor. Cuando el joven príncipe vio a la hermosa mujer, no pudo dejar de mirarla. Galopando se dirigió hacía ella y le dijo:
¿Quién eres criatura del cielo? ¿Desde qué paraíso has descendido a nuestra tierra?
Soy una desafortunada mujer de un desafortunado y viejo hombre, y vengo de muy lejos, contestó la joven.
Yo te sacaré de la pobreza. Ven conmigo, y te haré la reina de mi corazón y la de mi tierra, exclamó el príncipe.
Pero, luego ¿no me abandonaréis en el momento de la desgracia? replicó la joven.
Yo te juro que estaré a tu lado hasta el fin de nuestros días, insistió el príncipe.
La mujer, tranquilizada, levantó la cabeza de su anciano marido y la apoyó junto a un árbol, luego montó sobre el caballo del príncipe y se marcharon juntos.
El anciano despertó y al no ver a su mujer, se puso a llorar, desahogándose en voz alta: "Cariño, ¿por qué me has dejado? ¿No te acuerdas de tu promesa de fidelidad?".
Pero su joven esposa ya no tenía oídos para sus súplicas. Ella galopaba junto al príncipe sobre su veloz caballo, sin mirar ni a derecha ni a izquierda, hasta que desaparecieron del lugar. Mientras tanto, el anciano marido, despacio,siguió su rastro. A la hora de comer, la enamorada pareja acampó a la sombra de un árbol junto a un arroyo. Allí, se abrazaron y durmieron.
Pero, lo cierto es que el placer del amor no saciaba el hambre del estómago. Entonces, ella se levantó y se dirigió hacia un arbusto de dulces cerezas que estaba un poco retirado. Aún no había llegado al árbol cuando de repente, un gran león apareció delante de ella. La joven empezó a gritar con angustia. La bestia saltó sobre ella y la atrapó entre sus garras.
El príncipe oyó el ruido furioso del león. Su corazón se llenó de miedo. Temiendo por su vida, subió al caballo y sin mirar atrás, se fue a todo galope. La mujer al oír los pasos del caballo gritó con desesperación:
¡Príncipe, oh, príncipe! ¿Por qué me abandonáis? ¡Recordad vuestro juramento de fidelidad!
Pero el príncipe tenía oídos sordos a sus suplicas. Corría en su veloz caballo sin mirar atrás, hasta que desapareció.
Entre tanto el anciano marido llegó al paraje. Al ver que el escondrijo de los enamorados bajo el árbol estaba vacío, pensó que se habían alejado aún más, y lloró amargamente. Pero no tardó en ver la sangre bajo el arbusto donde el león había atacado a su mujer, y lloró por segunda vez. Y cuando vio el cuerpo desgarrado de su amada, lloró por tercera vez.
Cuando el viejo sabio terminó su relato, el joven rey se quedó pensativo y luego dijo:
Es la fábula más profunda que he oído jamás. El agua fuerte refina el oro, pero podrá destruir la lentejuela.
Así es, Majestad. El verdadero amor y la verdadera amistad se encuentran en los hechos no en las palabras, como podéis ver en la fábula de las palomas y el ratón.
¿Qué fábula es ésa?, preguntó el joven rey.
El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.
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Feliz fin de semana, qué disfrutéis los momentos que el universo nos regala y nos vemos la semana que viene. Un abrazo.
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