El castigo es la sombra del delito.
-Bien dicho, Majestad, contestó el anciano. También reciben castigo los que se entrometen en los asuntos que no comprenden. Eso es lo que le sucedió al mono de la fábula.
-¿Qué mono?, preguntó el joven rey.
El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.
Érase una vez un mono que paseaba por el bosque, y de repente se encontró con una choza, delante de la cual había un hombre cortando el tronco de un árbol, usando dos cuñas para separarlos.
-Yo también puedo hacerlo, y mucho mejor, pensó el mono. Tengo cuatro manos y él, sólo dos.
En el momento que el carpintero, cansado de trabajar se marchó para almorzar y echarse un rato, el mono dio un salto y bajó del árbol. Cogió una herramienta y empezó a trabajar. Con la maza encuadró el tronco y lo golpeó con toda su fuerza. La maza se le deslizó y atrapó su propio rabo.
Cuando el carpintero regresó, el primate aún estaba allí:
-¡Pobre animal! -dijo el carpintero-. ¿No sabes que el hombre además de usar una maza, sus manos, usa su propia inteligencia? Rescató al mono, le curó las heridas y le dejó marchar.
El monito se fue corriendo hacia el bosque, desapareciendo de la vista del carpintero. Y nunca más intentó imitar las habilidades de nadie.
Cuando el viejo sabio terminó su relato, el joven rey se quedó pensativo y luego dijo:
-Es una fábula adecuada para los que se engañan a sí mismos, pensando que lo saben todo. Finalmente terminan atrapados en sus propias mentiras.
-Sin duda es así, Majestad, contestó el anciano. La trampa a veces también es tendida por nuestra propia ignorancia. Es cuando nos traicionamos a nosotros mismos, al igual que hizo el ganso de la fábula.
-¿Qué ganso?, preguntó el joven monarca.
El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.
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Una luz más para vuestro día a día, qué disfrutéis los buenos momentos que el universo nos regala y nos vemos prontito, muchas gracias y un abrazo.
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