jueves, 15 de junio de 2017

LOS PAPAGAYOS Y EL ADIESTRADOR DE ÁGUILAS. por "Nazanin Amirian"

      La bondad y la maldad las aprendemos de la gente que nos rodea.
       Estáis en lo cierto, Majestad, contestó el sabio. Esto ocurre en la fábula de los papagayos y el adiestrador de águilas.
      ¿A qué adiestrador te refieres?, preguntó el rey.
      El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.

      El adiestrador de águilas deseaba seducir a la esposa de su señor, el príncipe y, aunque varias veces lo había intentado, la princesa lo ignoraba. Un día entró en el dormitorio de la soberana y le declaró sus sentimientos. La soberana lo rechazó, y él experimentó una amarga sensación de odio y venganza.
      Un mes después en el bosque, el adiestrador capturó dos coloridos papagayos. Los llevó a su casa, los puso en una jaula y les enseño el lenguaje que se hablaba en su región natal y que nadie más en el país de su señor conocía.
      En seis meses consiguió que las dos aves pronunciaran todo lo que él les iba enseñando. Un día, en un gesto de cortesía, las regaló a su señor. El príncipe se puso muy contento al ver los graciosos pájaros, y se lo agradeció al adiestrador. El príncipe, a su vez, los regaló a su mujer. A partir de aquel día, las aves pasaban los días en el dormitorio de la princesa, y con sus cantos deleitaban el corazón de la soberana.
      Una agradable mañana de primavera, cuando la fragancia de los azahares empapaba el ambiente, el príncipe recibió una delegación de la ciudad nativa del adiestrador. Para que sus invitados pasaran un dulce rato, el príncipe mandó traer a los papagayos. Los invitados, que nunca en la vida habían visto semejantes aves, se quedaron maravillados con sus bellos colores. Su asombro aumentó cuando los papagayos empezaron a hablar.
      -Nuestra señora se acuesta con un esclavo, dijo el primer papagayo.
      -¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! Si yo contara..., dijo el segundo.
     Los invitados, boquiabiertos, bajaron sus cabezas de vergüenza. El príncipe al ver sus caras se alarmó:
      -¿Qué pasa, mis queridos invitados? Espero que los pájaros no os hayan ofendido.
      Los invitados al principio guardaron silencio, pero el más anciano de todos decidió hablar.
      -Entonces, Señor ¿no sabéis realmente lo que los pájaros han dicho?
      -Desde luego que no, contestó el príncipe.
      -Pero nosotros sí que lo hemos entendido, hablan nuestro idioma.
      Para nosotros no es correcto permanecer en una casa donde la señora se acuesta con su esclavo, por lo que os rogamos nos disculpéis y nos permitáis marchar, apreciado príncipe, dijo el anciano.
      Los invitados se prepararon para marcharse, y el príncipe estupefacto levantó su brazo para detenerlos:
      -Esperad un momento, por favor. Y ordenó que llamaran a la princesa y al adiestrador. La hermosa princesa entró en la sala y se sentó al lado del príncipe. Por su parte, el adiestrador se presentó con un águila en su brazo. El príncipe, dirigiéndose a su esposa le dijo:
      Señora, vuestros papagayos os acusan de una cosa tan terrible que me cuesta creerlo. Le contó lo ocurrido, y prosiguió:
      -Si es verdad, lo pagaréis con vuestra vida, agregó el príncipe. La princesa necesitó un rato para calmarse y salir de su desconcierto. Tras recuperar la calma, respondió:
      -Antes de que vos me juzguéis, mi Señor, preguntad a vuestros invitados si estos papagayos saben algo más de aquel idioma que estas dos pavorosas frases.
      Los invitados hicieron lo que les había pedido la princesa. Era evidente que los dos pájaros no sabían más que aquellas dos frases.
      -Vos mismo podéis ver, mi Señor, que ellos no pueden hablar, y simplemente repiten lo que alguien les ha enseñado, dijo la princesa.
      -Eso no es cierto, los papagayos no saben mentir- dijo el adiestrador-.
    Yo puedo confirmar la veracidad de lo que ellos han dicho, porque yo he visto a la princesa con un esclavo. ¡Que me quede ciego si miento!
      El adiestrador no acabó de decir la frase, cuando su águila se posó sobre él y con su pico le sacó los ojos. Los invitados pidieron disculpas al príncipe y a su esposa.
      -Nos avergonzamos de que ese hombre forme parte de nuestra gente, dijeron mientras se sentaban en la mesa para disfrutar de la cena.

      Cuando el viejo sabio terminó su relato, el joven rey se quedó pensativo y luego dijo:
       -Hay una gran moraleja en esta fábula. A veces la verdad se destapa muy rápido, además uno difícilmente llega a conocer la naturaleza de la gente que le rodea.
      -Cierto, Majestad, dijo el anciano. Normalmente uno no sabe quiénes son sus amigos hasta el día que su fidelidad y honestidad se ponen a prueba. Es lo que nos enseña la fábula del mono y la tortuga.
      -¿Qué fábula es ésa?, preguntó el joven rey.
     El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.

                                                           ******

      Espero que terminéis muy bien el día, y disfrutéis de los buenos momentos que nos regala el universo, muchas gracias por estar ahí, un abrazo y hasta muy pronto.

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