Dicen que allí donde ahora se encuentra el lago se levantaba en tiempos remotos una rica y floreciente ciudad. Y que Jesucristo en persona, disfrazado de mendigo según unos y de peregrino según otros, llegó un buen día a ella para probar la calidad moral de sus habitantes. La experiencia resultó desastrosa. Nadie quiso acogerlo, de nadie recibió la menor limosna, nadie sintió compasión de sus harapos y del hambre que reflejaba su figura. Sólo una humilde familia, pobre de solemnidad, se avino a compartir con él su exigua comida y le ofreció una frazada de paja donde descansar. Jesucristo, entonces, sintió la necesidad de castigar aquel pecado y, como se trataba de una falta colectiva, decidió que el castigo tendría que serlo también. Así pues, avisó a la única familia misericordiosa para que abandonase aquel lugar lo antes posible y, subiéndose a una de las colinas cercanas, mandó a los elementos que descargasen una lluvia mortal sobre el valle, una terrible tormenta de agua que no cesó hasta que toda la hermosa cuenca y la ciudad entera quedaron anegados por las aguas para siempre. Desde entonces, las campanas de la iglesia hundida suenan solas en la noche de San Juan.
FIN.
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Pensando en su significado simbólico, un lago es la imagen enantiomorfa de la bóveda celeste que se refleja en sus aguas. Es el espejo líquido de lo sagrado; el cielo que se acerca hasta la superficie de la Tierra y pone su imagen al alcance de los mortales.
El lago es siempre una entidad mágica que conserva el misterio de sus orígenes desde el momento mismo en que nadie podría asegurar siempre y sin temor a equivocarse de dónde surgen las aguas que lo alimentan. Hay incluso leyendas, que giran precisamente en torno al misterio de sus fuentes, de los recónditos manantiales que le proporcionan su caudal o de los secretos desagües que permiten que ese caudal se mantenga siempre en los mismos niveles de agua.
Dice Gaston Bachelard (La terre et les rêveries de la Volonté, 1948) que el lago simboliza el ojo que ha llorado demasiado, señalando con ello que refleja ese anhelado e imposible contacto del ser humano con la siempre buscada trascendencia. Y los celtas creían a pies juntillas que los lagos y las lagunas, e incluso las humildes charcas que se secan en los veranos ardientes, eran deidades adscritas a la tierra o lugares que servían de morada a los dioses de las aguas, los que luego harían suyos los arroyos y hasta los mares; por eso arrojaban en sus profundidades ofrendas valiosas y hasta, eventualmente, los trofeos conquistados en sus empresas guerreras.
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Os deseo un feliz Domingo y una muy buena semana, gracias por estar ahí y os espero muy pronto. Un abrazo.
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