DICEN EN TIERRAS COSTERAS de Galicia que San Macutes fue un fraile con ansias exploradoras que, intrigado por la inmensidad del Mar Tenebroso, sintió el deseo de penetrar en él para encontrar nuevas tierras y nuevas almas a las que convertir, puesto que todo el pueblo gallego era ya cristiano y allí ya no podía cumplir sus ansias misioneras. Era hijo de pescadores y él mismo había sido un experto marino y constructor de barcos antes que monje, lo cual le permitió fabricar una nave con la que emprender los viajes que se había propuesto.
Para cumplir su aventura se hizo seguir de varios compañeros suyos de cenobio. Su ánimo estaba puesto en encontrar una isla en la que establecerse y fundar en ella un nuevo monasterio y tomarlo como centro estratégico desde el que iniciar una campaña de conversiones entre los pueblos que estuvieran más cercanos, habitados probablemente por salvajes primitivos y necesitados de la palabra de Dios.
Pero las cosas no les fueron tan bien como esperaban los buenos monjes, ni aun contando con esa ayuda divina con la que creyeron haber emprendido el viaje. Así sucedió que tuvieron más percances de los previstos y más tormentas y vendavales de lo que aquella navecilla podía resistir, por lo que, ya en pleno océano, se encontraron con que habían perdido el rumbo y ni siquiera sabían si estaban cerca de tierra o tan lejos de ella que sólo podrían confiar en la Providencia para arribar a buen puerto. Tomaron rumbo entonces, guiándose por las estrellas, hacía donde suponían que se encontraba su tierra, con ánimo de reparar la nave, pero pasaron meses enteros a la deriva, sin más perspectivas que el cielo y la mar, hasta el punto de que se les echó encima el invierno y las festividades navideñas y se dispusieron a celebrar la pascua en pleno mar abierto.
Aquella nochebuena comieron lo mejor que les quedaba en la bodega y cantaron villancicos, hasta agotar su repertorio, hasta la amanecida. Y a punto estaba San Macutes de comenzar aquel santo día el sacrificio de la misa en una mañana excepcionalmente clara y soleada, cuando, desde la cubierta, divisaron una pequeña isla, a la que decidieron acercarse, siquiera para cumplir mejor con los preceptos religiosos que imponía jornada tan señalada.
Era una isla que les pareció pelada, negra y lisa. Y cuando desembarcaron en ella lo hicieron acompañados de todos los elementos necesarios para el santo sacrificio, que celebraría el abad en persona y que comenzó tranquilo y henchido de la santa emoción compartida por todos. Pero llegados apenas al Padrenuestro, sintieron los monjes una especie de conmoción que agitaba el islote. Pensaron que se trataba de un terremoto y esperaban que el suelo comenzara a agrietarse en cualquier momento, pero, con gran asombro, se percataron muy pronto de que lo que imaginaron un simple pedazo de tierra era, en realidad, un ser vivo sobre el que se habían posado: nada menos que una ballena gigantesca que había comenzado ya ha desplazarse, arrastrándolos a todos y, con ellos, la navecilla en la que habían arribado y que ahora, obligada a desplazarse a unas velocidades insólitas, amenazaba con hundirse y no poder servirles ya siquiera de refugio.
San Macutes hizo de tripas corazón y, mostrando una serenidad que en el fondo seguramente distaba mucho de sentir, continuó celebrando el santo sacrificio y recomendando a sus monjes que se mantuvieran quietos y que confiasen en la misericordia infinita de Dios, que no habría de portarse con ellos peor de lo que se había portado con Jonás, a quien conservó vivo en el vientre de un monstruo semejante. Mientras, para sus adentros, pedía al Señor que mantuviera quieta a la ballena, por lo menos hasta que todos hubieran embarcado de nuevo y desatado las amarras que los mantenían sujetos al monstruo.
De pronto sintieron que cesaba el movimiento y que la ballena se mantenía de nuevo quieta como una roca. Así lograron embarcar todos en la navecilla. Luego sólo tuvieron que dejarse arrastrar suavemente por el cetáceo, hasta que éste, guiado seguramente desde el cielo, les condujo a la tierra más próxima, antes de desaparecer de nuevo en las profundidades del mar, arrojando agua por las fosas nasales.
FIN. Del Autor, Juan Garcia Atienza.
Espero os haya gustado y os deseo una muy buena semana, quedamos para la que viene!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario