Érase un camello que huyó de su cruel dueño, quien le explotaba y maltrataba sin tregua. En su fuga, cogió la vía que conducía a un frondoso bosque. Allí reinaba un honesto y bondadoso león junto con sus tres aduladores sirvientes: un cuervo, un lobo y un chacal.
Ese día, el león, durante su paseo diario, se encontró con este enorme animal jorobado; algo asustado, el león que nunca había visto un camello, le saludó y, con un tono amistoso, le preguntó:
-¿Quién eres?, y ¿qué te trae por aquí, amigo?
-Soy un camello, Majestad; he huido del hombre. Estoy exhausto, pues he corrido un largo camino y ahora no tengo a dónde ir. A vos, que sois el rey de la selva, os pido protección.
-La tendrás. Mientras yo viva, estarás a salvo. Ahora acompáñame para que te enseñe una hermosa pradera donde podrás comer y pasear tranquilamente, contestó el león con aire majestuoso.
A partir de aquel día el camello empezó a disfrutar de una vida apacible y feliz, acumulando en sus jorobas la cantidad de grasa y de agua fresca que necesitaba, sin molestar a nadie.
Un día, el león se enfrentó en duelo al jefe de la manada de elefantes. La pelea casi le cuesta la vida al león, pues la trompa del viejo elefante era más fuerte que sus afiladas garras. Tras este suceso, el pobre león lastimado se sentó en su cueva sin poder moverse. Sus sirvientes -el cuervo, el lobo y el chacal- demasiado acostumbrados a la buena comida de la mesa real, sufrían las consecuencias de la jubilación de su rey y pasaban hambre. El león, que se había percatado de la situación, les convocó:
-Ya veis que de momento no puedo salir a cazar y sé que vosotros lo estáis pasando mal. ¿Por qué no intentáis buscar comida por vuestra cuenta hasta que yo me recupere?
Pero la vida cómoda les había convertido, definitivamente, en unos vagos. Un día el cuervo, muy hambriento, reunió a sus compañeros y les dijo con rabia:
-Hay algo que no entiendo. Tanto el rey como nosotros pasamos hambre y aquí hay un camello que cada día engorda más y más.
El lobo, a pesar de estar igual de hambriento dijo:
-¡Es una de las ventajas de ser vegetariano!, pero bromas aparte, no podemos hacer lo que está rondando por tu cabeza, por la sencilla razón de que el camello está bajo la protección del rey. El león nunca nos dejará comérnoslo.
-¿Que no lo hará, eh? Dejámelo a mí, dijo el cuervo con una sutil sonrisa. E inmediatamente corrió volando hacía la cueva del herido león.
-¡Majestad! -empezó a hablar con humildad- nuestros corazones están rotos de dolor al veros así. Vos estáis decaído y pasáis hambre. Nosotros os queríamos servir una deliciosa comida, de la que estoy seguro que os devolvería la salud; esa delicia es el camello. Lo que no entendemos es por qué vos seguís manteniendo a ese inútil animal.
El rey se enojó mucho al oír estas palabras:
-¡Fuera de mi vista, mezquina criatura! -su voz tenía el eco de los truenos-. ¿Me estás pidiendo que rompa mi promesa real y mate a sangre fría a mi huésped?
-No, nunca me atrevería a pediros tal cosa -contestó el cuervo-. Matarlo a sangre fría es un acto vil. Pero los sabios, desde la antigüedad, dicen que uno debe sacrificarse por el bien de su tribu; la tribu debe sacrificarse por el bien del clan; y el clan debe entregar su vida para salvar al rey. Y, en nuestro caso, es posible que el camello os ofrezca su vida por haber sido su benefactor. En tal caso, su majestad no debe rechazarlo.
El león consideró esa idea y contestó:" Bueno, si él mismo se ofreciera, despreciarlo sería una estupidez".
El cuervo, contento de haber podido convencer al sultán de la selva, voló hacia sus amigos para comentarles su conversación con el león, y de paso, explicarles su plan. Luego, llamó al camello, y le dijo:
-Nosotros vamos hacer una visita al rey león para estar un rato con él. ¿Quieres acompañarnos?
-Claro que sí, me encantaría, respondió el camello.
-Pues escúchame bien -prosiguió el cuervo-. Las normas de la selva dictan que los animales que estamos bajo la protección real, cuando su majestad se encuentra enfermo, debemos ofrecerle nuestras vidas en su audiencia. ¡No, no te asustes! Es simplemente una manera de demostrar nuestro agradecimiento a los favores que nos ha hecho y se trata de una pura y simple costumbre formal.
Al ingenuo camello le pareció una hermosa costumbre, y sin decir nada más siguió al cuervo.
Una vez en el palacio real, el cuervo fue el primero en hablar:
¡Majestad!, nos resulta muy desagradable ser testigos impotentes de cómo cada día vos os debilitáis más y más por falta de alimento. Nosotros, vuestros humildes sirvientes, vivimos sólo para vos, y yo, personalmente, quisiera rogaros que aceptéis mi cuerpo como un regalo, para que vos podáis recuperaros.
-¡No, Majestad!, la carne del cuervo tiene un sabor muy fuerte y puede que incluso al comerlo, os pongáis peor -exclamo el lobo-. Además, este pájaro sólo es un montón de huesos y plumas, y vos necesitáis carne, mucha carne para volver a ser como erais antes. ¡Tomadme a mí en su lugar!
-¡No, Majestad! Este lobo está muy delgado, además, dicen las leyendas que su carne es muy indigesta y su sacrificio no contribuirá a vuestra recuperación. ¡Tomadme a mí en su lugar!, exclamó el chacal, antes de que el león pudiese contestar.
El camello se dio cuenta de que era su turno para expresar su devoción por el león y dijo con total inocencia:
-¡Majestad! Si la carne del chacal, ni la del lobo, ni la del cuervo os pueden ayudar en vuestra recuperación, aceptad, por favor, la mía en su lugar.
Todavía no había terminado su frase, cuando los tres tramposos gritaron:
-¡Sí, Majestad! la carne de camello es muy exquisita y buena para vuestra salud. -Y saltando sobre el camello, acabaron con su vida.
Cuando el viejo sabio terminó su relato, el joven rey se quedó pensativo y luego dijo:
-Sin duda, aquellos animales eran muy astutos y resultaba muy difícil para el camello salvarse de una conspiración. ¿Pero, qué crees que debió hacer el pobre camello?
-Majestad, no debió menospreciar al enemigo, contestó el anciano. Tampoco debió enfrentarse directamente con ellos, ya que eran más fuertes que él. Los andarríos encontraron otra solución.
-Y, ¿qué hicieron?, preguntó el joven rey.
El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.
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Os deseo que tengáis un muy buen día, gracias por estar ahí y mañana continuamos con el curso de autoliberacion interior, un abrazo.
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