martes, 25 de octubre de 2016

EL HOMBRE QUE TENÍA MALA SUERTE. Recogido del libro "El Zapatero Astrólogo".

      Ésta es la historia de un hombre que siempre tenía mala suerte. Cada vez que terminaba de hacer algo, e incluso a veces antes de empezar a hacerlo, pensaba en lo mal que le salía o le iba a salir y efectivamente así ocurría. El hombre se esforzaba mucho por que las cosas cambiaran, pero todo era en vano: seguía teniendo mala suerte. De este modo fueron pasando los años. Él le daba vueltas y más vueltas al asunto, sin encontrar una respuesta, hasta que un día se dio cuenta de que necesitaba pedir ayuda y pensó que Dios era el más indicado para prestársela. Así que el hombre decidió ir a ver a Dios para pedirle que le librara de su mala suerte.
      Aliviado por haber llegado a esta conclusión, metió todo lo necesario para el viaje en un hatillo y se acostó. A la mañana siguiente se puso en marcha y caminó durante mucho tiempo hasta que llegó a un frondoso bosque.
      De pronto, escuchó un débil lamento. Preocupado, se abrió paso entre la maleza. Pensó que alguien podía estar malherido; buscó para descubrir de dónde provenía esa voz tan extraña, y entre unos arbustos vio a un lobo tendido en el suelo. ¡Cómo estaba el pobre animal! Se le podían ver las costillas una a una y el pelo se le caía a mechones nada más tocarlo. ¡Pobrecito! Daba lastima verlo.
      -¿Eres tú el que se lamenta?
      -Sí, soy yo.
      -¿Qué te ocurre?
      -No me encuentro nada bien. De un tiempo a esta parte todo me va muy mal. Mira en qué estado me encuentro.
      -¡No! No sigas, no me cuentes nada más. Yo también tengo mala suerte y voy a ver a Dios para pedirle que me la cambie.
      -Por favor, pídele también un consejo para mí.
      -De acuerdo, no te preocupes, se lo pediré. Hasta pronto.
     El hombre siguió su camino. Durante muchos días atravesó ríos y montañas hasta que llegó a un paraje semidesértico. El sol quemaba la tierra y un viento ardiente recorría aquella planicie que no parecía tener fin. "¡Ay, qué no daría yo por un poco de sombra!", pensó, y al momento vio a lo lejos un enorme árbol que lo invitaba a protegerse bajo sus ramas. Llegó hasta él y se sentó con la espalda apoyada en el tronco. Cerró los ojos dispuesto a descabezar un sueñecito cuando le pareció oír un quejido. El hombre se levantó sobresaltado pero no vio a nadie. Se recostó y otra vez escuchó aquella voz. Una y otra vez la voz interrumpía su descanso sin que pudiera averiguar su procedencia. No había nadie más en todo aquel desierto. Bueno, estaban él y el árbol. Miró hacía las ramas de hojas secas y descoloridas que no paraban de moverse agitadas por el viento y se le ocurrió preguntar:
      -Eres tú, árbol?
      -Sí, soy yo.
      -¿Qué te pasa?
      -¡ay, no lo sé! De un tiempo a esta parte todo me va muy mal, me resulta imposible seguir creciendo. ¿No ves mis ramas torcidas y mis hojas marchitas?
      -¡No, no sigas! Ya sé de qué me estás hablando. Yo también tengo mala suerte y voy a ver a Dios para pedirle que me la cambie.
      -Por favor,pídele también un consejo para mí.
      -Lo haré, no te preocupes. Adiós.
   Y con esta promesa, el hombre continuó su viaje. Caminó durante mucho tiempo hasta que dejó atrás aquel inmenso desierto y se adentró en un paisaje de verdes y ondulantes colinas. Un día descubrió un maravilloso valle. Parecía un paraíso cubierto de árboles, riachuelos y prados llenos de flores. Un poco más allá pudo ver una preciosa casa blanca con el techo cubierto de paja. Entonces se acercó y vio a una mujer muy hermosa que estaba llorando.
      -¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan triste?
      -Es que hace tiempo que no me siento nada bien. Vivo en este lugar maravilloso y sin embargo noto que me falta algo muy importante, pero no sé lo que es.
      -No me digas más. Conozco muy bien esa sensación. a eso se le llama mala suerte y voy a ver a Dios para que me la cambie.
      -Pues déjame que te pida un favor. Dile que te dé un consejo para mi.
      -Desde luego. No te preocupes que así lo haré. Adiós.
     El hombre emprendió de nuevo su viaje. Caminó y caminó durante mucho tiempo, hasta que un día llegó al fin del mundo. Con cierta cautela se asomó, miró hacía abajo, a la derecha, a la izquierda y hacia arriba. Sólo había estrellas. De pronto, una nube que estaba frente a él fue tomando la forma de un rostro.
      -¿Tú...eres Dios?
      -Sí, yo soy.
      -Tú sabes que las cosas me van muy mal y he venido para pedirte que cambies mi suerte.
      -Muy bien, te lo concedo. Sólo hay una condición: tienes que estar muy atento y buscar tu suerte.
     -¿Has dicho buscar?
      -Así es.
    El hombre se puso muy contento y se despidió de Dios. Quería llegar rápidamente a su casa para ver si su suerte realmente había cambiado. Corrió y corrió durante mucho tiempo, hasta que llegó al valle que parecía un paraíso, pero iba tan apurado que no se detuvo. Ya estaba a punto de pasar de largo frente a la casa, cuando la mujer lo vio.
      -¡Eh! Ven aquí, cuéntame lo que ha pasado.
      -¡Ah, sí! Bueno, verás, he visto a Dios y ha accedido a cambiar mi suerte. Sólo me pidió que estuviera atento.
      Ahora tengo que ir a buscarla.
      -¿Y no te ha dado un consejo para mí?
      -Pues...¡Ah, sí, ahora recuerdo! Me dijo que lo que te hace falta es un hombre, un compañero que comparta la vida aquí contigo en este valle.
      -¡Sí, claro,eso es! Oye, ¿quieres ser tú ese hombre?
      -Pues me gustaría mucho, pero no puedo. Tengo mucha prisa por seguir mi camino y buscar mi buena suerte. Lo siento. Adiós.
      El hombre echó a correr dejando atrás rápidamente aquel hermoso valle y a la mujer que lo habitaba. Corrió y corrió durante mucho tiempo, hasta que un día se vio atravesando de nuevo el desierto donde no había más que un árbol solitario.
      -¡Eh, buen hombre! ¿Por qué corres tanto? Para un momento y dime qué ha pasado.
      De nuevo, el hombre relató su historia y nada más terminarla quiso salir corriendo, pero el árbol le preguntó:
      -¿Y Dios no te dio ningún consejo para mí?
      -Pues no recuerdo. ¡Ah, sí! Me dijo que debajo de tus raíces hay un cofre enorme que contiene un tesoro valioso. Esto es lo que marchita tus hojas y te impide crecer. Lo único que tienes que hacer es sacar el cofre y todo te irá bien de nuevo.
      -Mira, yo no puedo sacar ese tesoro, pero si tú lo quieres hacer por mí, te lo podrás llevar y te convertirás en un hombre muy rico. A mí no me sirve; sólo quiero que mis raíces sean libres y que puedan crecer de nuevo.
      -Me encantaría ayudarte, pero tengo mucha prisa. Debo seguir mi camino y buscar mi buena suerte. Lo siento, de veras que lo siento. Adiós.
      Y allá se fue corriendo el hombre, dejando atrás el árbol, el tesoro, el valle y su hermosa habitante. Y corrió y corrió sin descanso hasta que llegó al frondoso bosque donde resonaban todavía los lamentos del lobo. El hombre hizo como que no escuchaba, tan grande era su deseo de llegar a casa y ver si su suerte había cambiado. Pero el lobo le vio pasar y haciendo un gran esfuerzo aulló de tal manera que el hombre se detuvo y le contó toda la historia de su viaje. Entonces el lobo le preguntó.
      -¿Y Dios no te dio ningún consejo para mí?
      -Pues seguramente... Déjame que recuerde. ¡Ah, sí! Me dijo que lo que te pasa es que tienes hambre y que para ponerte fuerte lo que tienes que hacer es comer. Sólo tienes que hacer una cosa: comerte a la primera criatura estúpida que pase por aquí, y a partir de ahí todo irá bien.
      El lobo reunió las últimas fuerzas que le quedaban para levantarse. Miró al hombre a los ojos y, abalanzándose sobre él, lo devoró.
                         FIN.

                                                                       ******

      Con mucho cariño comparto este cuento con todos vosotros y os deseo una muy buena semana. Que disfrutéis de todos los buenos momentos que nos regala el universo. un abrazo y hasta la semana que viene.

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