Ésta es la historia de un hombre que siempre tenía mala suerte. Cada vez que terminaba de hacer algo, e incluso a veces antes de empezar a hacerlo, pensaba en lo mal que le salía o le iba a salir y efectivamente así ocurría. El hombre se esforzaba mucho por que las cosas cambiaran, pero todo era en vano: seguía teniendo mala suerte. De este modo fueron pasando los años. Él le daba vueltas y más vueltas al asunto, sin encontrar una respuesta, hasta que un día se dio cuenta de que necesitaba pedir ayuda y pensó que Dios era el más indicado para prestársela. Así que el hombre decidió ir a ver a Dios para pedirle que le librara de su mala suerte.
Aliviado por haber llegado a esta conclusión, metió todo lo necesario para el viaje en un hatillo y se acostó. A la mañana siguiente se puso en marcha y caminó durante mucho tiempo hasta que llegó a un frondoso bosque.
De pronto, escuchó un débil lamento. Preocupado, se abrió paso entre la maleza. Pensó que alguien podía estar malherido; buscó para descubrir de dónde provenía esa voz tan extraña, y entre unos arbustos vio a un lobo tendido en el suelo. ¡Cómo estaba el pobre animal! Se le podían ver las costillas una a una y el pelo se le caía a mechones nada más tocarlo. ¡Pobrecito! Daba lastima verlo.
-¿Eres tú el que se lamenta?
-Sí, soy yo.
-¿Qué te ocurre?
-No me encuentro nada bien. De un tiempo a esta parte todo me va muy mal. Mira en qué estado me encuentro.
-¡No! No sigas, no me cuentes nada más. Yo también tengo mala suerte y voy a ver a Dios para pedirle que me la cambie.
-Por favor, pídele también un consejo para mí.
-De acuerdo, no te preocupes, se lo pediré. Hasta pronto.
El hombre siguió su camino. Durante muchos días atravesó ríos y montañas hasta que llegó a un paraje semidesértico. El sol quemaba la tierra y un viento ardiente recorría aquella planicie que no parecía tener fin. "¡Ay, qué no daría yo por un poco de sombra!", pensó, y al momento vio a lo lejos un enorme árbol que lo invitaba a protegerse bajo sus ramas. Llegó hasta él y se sentó con la espalda apoyada en el tronco. Cerró los ojos dispuesto a descabezar un sueñecito cuando le pareció oír un quejido. El hombre se levantó sobresaltado pero no vio a nadie. Se recostó y otra vez escuchó aquella voz. Una y otra vez la voz interrumpía su descanso sin que pudiera averiguar su procedencia. No había nadie más en todo aquel desierto. Bueno, estaban él y el árbol. Miró hacía las ramas de hojas secas y descoloridas que no paraban de moverse agitadas por el viento y se le ocurrió preguntar:
-Eres tú, árbol?
-Sí, soy yo.
-¿Qué te pasa?
-¡ay, no lo sé! De un tiempo a esta parte todo me va muy mal, me resulta imposible seguir creciendo. ¿No ves mis ramas torcidas y mis hojas marchitas?
-¡No, no sigas! Ya sé de qué me estás hablando. Yo también tengo mala suerte y voy a ver a Dios para pedirle que me la cambie.
-Por favor,pídele también un consejo para mí.
-Lo haré, no te preocupes. Adiós.
Y con esta promesa, el hombre continuó su viaje. Caminó durante mucho tiempo hasta que dejó atrás aquel inmenso desierto y se adentró en un paisaje de verdes y ondulantes colinas. Un día descubrió un maravilloso valle. Parecía un paraíso cubierto de árboles, riachuelos y prados llenos de flores. Un poco más allá pudo ver una preciosa casa blanca con el techo cubierto de paja. Entonces se acercó y vio a una mujer muy hermosa que estaba llorando.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan triste?
-Es que hace tiempo que no me siento nada bien. Vivo en este lugar maravilloso y sin embargo noto que me falta algo muy importante, pero no sé lo que es.
-No me digas más. Conozco muy bien esa sensación. a eso se le llama mala suerte y voy a ver a Dios para que me la cambie.
-Pues déjame que te pida un favor. Dile que te dé un consejo para mi.
-Desde luego. No te preocupes que así lo haré. Adiós.
El hombre emprendió de nuevo su viaje. Caminó y caminó durante mucho tiempo, hasta que un día llegó al fin del mundo. Con cierta cautela se asomó, miró hacía abajo, a la derecha, a la izquierda y hacia arriba. Sólo había estrellas. De pronto, una nube que estaba frente a él fue tomando la forma de un rostro.
-¿Tú...eres Dios?
-Sí, yo soy.
-Tú sabes que las cosas me van muy mal y he venido para pedirte que cambies mi suerte.
-Muy bien, te lo concedo. Sólo hay una condición: tienes que estar muy atento y buscar tu suerte.
-¿Has dicho buscar?
-Así es.
El hombre se puso muy contento y se despidió de Dios. Quería llegar rápidamente a su casa para ver si su suerte realmente había cambiado. Corrió y corrió durante mucho tiempo, hasta que llegó al valle que parecía un paraíso, pero iba tan apurado que no se detuvo. Ya estaba a punto de pasar de largo frente a la casa, cuando la mujer lo vio.
-¡Eh! Ven aquí, cuéntame lo que ha pasado.
-¡Ah, sí! Bueno, verás, he visto a Dios y ha accedido a cambiar mi suerte. Sólo me pidió que estuviera atento.
Ahora tengo que ir a buscarla.
-¿Y no te ha dado un consejo para mí?
-Pues...¡Ah, sí, ahora recuerdo! Me dijo que lo que te hace falta es un hombre, un compañero que comparta la vida aquí contigo en este valle.
-¡Sí, claro,eso es! Oye, ¿quieres ser tú ese hombre?
-Pues me gustaría mucho, pero no puedo. Tengo mucha prisa por seguir mi camino y buscar mi buena suerte. Lo siento. Adiós.
El hombre echó a correr dejando atrás rápidamente aquel hermoso valle y a la mujer que lo habitaba. Corrió y corrió durante mucho tiempo, hasta que un día se vio atravesando de nuevo el desierto donde no había más que un árbol solitario.
-¡Eh, buen hombre! ¿Por qué corres tanto? Para un momento y dime qué ha pasado.
De nuevo, el hombre relató su historia y nada más terminarla quiso salir corriendo, pero el árbol le preguntó:
-¿Y Dios no te dio ningún consejo para mí?
-Pues no recuerdo. ¡Ah, sí! Me dijo que debajo de tus raíces hay un cofre enorme que contiene un tesoro valioso. Esto es lo que marchita tus hojas y te impide crecer. Lo único que tienes que hacer es sacar el cofre y todo te irá bien de nuevo.
-Mira, yo no puedo sacar ese tesoro, pero si tú lo quieres hacer por mí, te lo podrás llevar y te convertirás en un hombre muy rico. A mí no me sirve; sólo quiero que mis raíces sean libres y que puedan crecer de nuevo.
-Me encantaría ayudarte, pero tengo mucha prisa. Debo seguir mi camino y buscar mi buena suerte. Lo siento, de veras que lo siento. Adiós.
Y allá se fue corriendo el hombre, dejando atrás el árbol, el tesoro, el valle y su hermosa habitante. Y corrió y corrió sin descanso hasta que llegó al frondoso bosque donde resonaban todavía los lamentos del lobo. El hombre hizo como que no escuchaba, tan grande era su deseo de llegar a casa y ver si su suerte había cambiado. Pero el lobo le vio pasar y haciendo un gran esfuerzo aulló de tal manera que el hombre se detuvo y le contó toda la historia de su viaje. Entonces el lobo le preguntó.
-¿Y Dios no te dio ningún consejo para mí?
-Pues seguramente... Déjame que recuerde. ¡Ah, sí! Me dijo que lo que te pasa es que tienes hambre y que para ponerte fuerte lo que tienes que hacer es comer. Sólo tienes que hacer una cosa: comerte a la primera criatura estúpida que pase por aquí, y a partir de ahí todo irá bien.
El lobo reunió las últimas fuerzas que le quedaban para levantarse. Miró al hombre a los ojos y, abalanzándose sobre él, lo devoró.
FIN.
******
Con mucho cariño comparto este cuento con todos vosotros y os deseo una muy buena semana. Que disfrutéis de todos los buenos momentos que nos regala el universo. un abrazo y hasta la semana que viene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario