Hubo en tiempos un leñador que se ganaba miserablemente la vida cortando leña en las estribaciones de la Montaña Sagrada de Montserrat, para luego venderla por los pueblos del contorno. Su duro trabajo apenas le daba lo suficiente para subsistir en la más extrema pobreza, hasta un día que se tropezó casi de bruces con un jinete espléndidamente vestido de carmesí que llevaba agarrado de las riendas un hermoso caballo, detrás del que él mismo montaba. Aunque no habría sido necesario, el jinete se dio a conocer inmediatamente como el mismo diablo y, como tal, propuso su diabólico plan al leñador.
- Te gusta este caballo?
-Me parece soberbio.
-Te gustaría poseerlo?
-Sí, pero es demasiado bueno para mí.
-Te podrá servir para hacerte más llevadero el trabajo.
-Sería mi solución, pero jamás podría comprarlo.
-Es tuyo si hacemos un trato.
-Cual?
-Poca cosa y a tu alcance: que me entregues tu alma aquí mismo dentro de diez años justos, a cambio de disfrutar del caballo todo ese tiempo y sacarle el mejor rendimiento que sepas.
La desesperación y sus constantes vacíos gástricos hicieron que el leñador aceptase, lo mismo que habría aceptado agarrarse a un clavo ardiendo. Y, sin pensar en lo que podría ocurrirle al cabo de los diez años establecidos, firmó con su sangre el documento que le presentaba el diablo y se llevó el caballo, que muy pronto le demostró ser tan útil que le hizo cambiar su vida de modo radical.
El caballo cargaba diez veces más leña de la que él habría podido abarcar nunca, corría diez veces más que sus piernas y le bastaba con ordenarle: "Cavall Bernat, lleva esta leña a Llobregat."
Para que el caballo se lanzase a una carrera frenética - auténticamente diabólica - y cumpliera sus órdenes sin rechistar y en un tiempo increíblemente corto. Así logró el leñador prosperar y salir de los terribles apuros por los que había pasado toda su vida para ayudar a su familia. Su pequeño negocio prosperó, comió todos los días lo suficiente y hasta llegó a amasar una humilde fortuna que, sin permitirle salir de pobre, le alejó de la miseria.
Era ya relativamente rico cuando se cumplieron los diez años establecidos. Y aquella misma mañana en que expiraba el plazo, el diablo y el leñador hicieron puntual acto de presencia en el lugar de su primer encuentro para cobrarse el primero y pagar el segundo lo que habían pactado. Pero al leñador, aterrado al pensar que le esperaba el infierno para toda la eternidad, sintió pánico en el último momento y no se le ocurrió otra cosa que invocar sollozando a Nuestra Señora para que acudiera en su ayuda. Y, apenas lo hizo, en medio de un trueno espantoso, el diablo se convirtió en un ascua y se alzó por los aires, y el caballo se lanzó al galope, casi volando peñas arriba por la montaña y, al llegar a las cumbres, se convirtió en un peñasco que parecía un dedo enhiesto señalando al cielo. Es la que llaman, desde entonces, la peña del Cavall Bernat.
RENKI EL ELEFANTE.
Ryoto, joven monje budista, se queja de no poder mantener la mente en reposo. Su mente salta sin parar, como un cabrito...
"O como un elefante salvaje", dice el viejo maestro zen.
Ryoto, al ver brillar los ojos del maestro, adivina que va a contarle una historia, y se sienta a sus pies a la sombra de un banano.
Renki era un elefante salvaje que capturaron a la edad de tres años. Cuerpo de color gris claro sin mácula, defensas largas, finas y puntiagudas, orejas de perfecta forma triangular, un hermoso macho al que su amo, un comerciante de elefantes amaestrados, esperaba vender a buen precio al señor del reino. Sujetaron a Renki a una estaca, al cabo de una cuerda muy sólida. El joven elefante empezó a debatirse con energía, con furia, coceaba, pisoteaba salvajemente la tierra con sus pesadas patas, lanzaba bramidos que partían el alma. Pero la estaca estaba bien clavada, y la cuerda era gruesa. Renki no podía soltarse ni de una ni de otra. Entonces le entró una rabia desesperada, mordía al aire, con la trompa alzada, bramando lastimeramente hacía el cielo. Se agotaba de tantos esfuerzos y gritos.
Y de repente, una mañana, Renki se serenó, ya no volvió a tirar de la cuerda, ni a maltratar el suelo a cuatro patas, no volvió a hacer temblar los alrededores con sus bramidos. Entonces el amo lo soltó. Pudo ir de un lugar a otro, llevando un barril de agua, saludando a todo el mundo, prestando servicio a la comunidad. Fue feliz y libre.
Tu pensamiento es como un elefante salvaje, dice el viejo maestro a su discípulo. Coge miedo, salta en todos los sentidos y brama a los cuatro vientos. Tu "atención"es la cuerda, y el "objeto escogido para tu meditación" es la estaca clavada en el suelo. Serena tu pensamiento, domestícalo, y conocerás el secreto de la verdadera libertad.
FIN.
Espero y deseo que os guste y os ayuden. Gracias y que paséis una muy buena semana, nos vemos la que viene.
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