lunes, 11 de enero de 2016

CUENTOS Y LEYENDAS : LOS PATOS MANDARINES Y EL SAMURAI.

Todas las fuentes en las que me inspiro y aprendo, provienen de personas con un espíritu fuera de lo común como son: Juan Garcia Atienza, Katharine Brigg, Henri Brunnel, Jeanne Ruland y otros muchos más a ellos todo mi agradecimiento.

Runas (El lenguaje de los dioses del hielo), Gnomos, Duendes, Elfos, Hadas y todos los espíritus elementales que pueblan el ( Reino Natural).
Los caminos que existen para entrar en contacto con la esencia de la naturaleza, se encuentran en cuentos y leyendas.
Este mundo de cuentos y leyendas desintoxica la mente, hace replantearse los modos de pensamiento, hace desaparecer los prejuicios, nos devuelve nuestra inocencia, nos establece en la armonia, en la serenidad. Son un camino de despertar, son portadores de uno de los más altos mensajes espirituales de la humanidad.
ME ACOMPAÑAS? Entonces cojamonos todos de la mano, abrid todo lo que podais los sentidos y traspasemos el umbral a este mundo mágico y misterioso de CUENTOS Y LEYENDAS.

LOS PATOS MANDARINES Y EL SAMURAI: (cuento zen)

Hace ya de eso muchos años, a orillas del lago Mimidoro, hoy llamado Mizoro, al nordeste de Kioto, vivía apaciblemente una pareja de patos mandarines. Era digno de verse, en el esplendor de la estación veraniega, al macho saltar sobre el agua y alzar el vuelo, con sus bigotes naranja, su pico rojo oscuro y sus magníficas alas frisadas. Doña pata y los niños, vestidos de modesto gris, incluso el mayor, que todavía llevaba el plumaje juvenil, no apartaban los ojos de él. De noche, saciados y dormidos los patitos, don Pato, con un tierno picotazo en la mejilla blanca y graciosa, daba las buenas noches a su esposa y, en el hueco del árbol que les servía de casa, toda la familia entraba en el país de los sueños.
Al año siguiente, con los primeros días de primavera, llegó un joven samurái que fue a instalar su cabaña a orillas del estanque. Su mujer estaba esperando su primer hijo. Eran pobres. El samurái había tenido que comprarse el equipo: los pantalones bombachos, las botas, los manguitos metálicos y la coraza de cuatro lienzos. Su mujer le había confecionado la venda de resolución, su madre había ahorrado muchos años para ofrecerle las dos espadas tradicionales, la larga y la corta. Pero no tenía todavía la aterradora máscara destinada a atemorizar al enemigo. Esperaba que algún noble señor lo tomase a su servicio. Aquella noche, su mujer lo despertó y le dijo:
"Tierno esposo mío, ya sé que somos pobres, y no quisiera importunaros, pero llevo un tiempo sintiendo un deseo irresistible de comer carne, y temo que vuestro hijo se resienta de ello".
El joven samurái no dijo palabra. Tomó su arco y salió en la noche. Se apostó al borde del estanque, al acecho de alguna presa. Por casualidad, el pato mandarín estaba dando un paseo nocturno. A comienzos de primavera, el nido aún está vacío, y él pensaba en el duro trabajo de verano que le esperaba, cuando hubiera que alimentar a toda la familia. El samurái distinguió sus alas frisadas, que brillaban bajo la luna. Lanzó una flecha y lo mató. Se lo llevó en un saco y, llegado a casa, lo colgó de un palo, delante de la cabaña. Volvió luego a su lecho y se dormió.
Un ruido insólito lo sacó del sueño. Una especie de "tap, tap!", como un aleteo "Eso es que el pato sólo está herido- pensó- y se debate colgado del palo al que lo he sujetado". Tomó un cuchillo y salió. El pato mandarín estaba bien muerto, colgando boca abajo. Pero había acudido su hembra y batía las alas sobre él. El samurái hizo brillar la lámina del cuchillo y lo levantó. La pata mandarina no se movió de allí. Entonces él hizo un fuego para asarlos a los dos, al macho y a la hembra. La pata seguía agitando las alas, indiferente a su suerte, llorando a su esposo muerto. El samurái quedó entonces embargado por un sentimiento desconocido. Fue a ver a su mujer, le mostró el espectáculo de aquel amor conyugal, y su esposa lloró.
"No comería de esa carne por nada en el mundo", le dijo.

Cuentan las antiguas crónicas que el samurái se cortó el moño de guerrero y se hizo monje. Llevó una vida ejemplar, protegiendo a los animales, preocupándose por el menor insecto, y su nombre se venera desde entonces. Así nos lo han transmitido entre las cosas del pasado.
FIN.
Que paséis una muy buena semana, nos vemos la semana que viene, Gracias por estar ahí.

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