El cuento del rey Herla es uno de los relatos más antiguos que existen. Trata sobre una visita al país de las Hadas y la extraña rapidez con que pasa el tiempo en aquel reino encantado.
El Rey Herla fue un conocido y poderoso rey de los antiguos britanos. Un día, estando de cacería, se le acercó un extraño personaje montado en una cabra. Usaba una piel de ciervo moteada y su tamaño era inferior a la mitad de un hombre, con piernas peludas terminadas en pezuñas de cabra, cabeza grande y larga y espesa barba pelirroja. No era bello pero hablaba educadamente y se comportaba como un rey.
¡ Salve, Rey Herla ! Soy el Señor de vastos reinos y numerosos súbditos, me complace traeros un mensaje de amor y hermandad de todos ellos, ya que vuestras virtudes os han elevado por encima de todos los reyes convirtiéndoos en el mejor de todos los que rigen los destinos de este mundo superior.
Tengo intención de haceros el honor de asistir, como invitado, a vuestra boda el año próximo. Os casaréis muy pronto, vos todavía no lo sabéis, pero nosotros sí. Los embajadores del Rey de Francia ya están en camino para ofreceros la mano de su bella hija y mañana llegarán.Asistiré a vuestra boda y, exactamente un año después de ella, vos asistiréis a la mía. ¡Hasta dentro de un año!- y diciendo esto se dio la vuelta y desapareció veloz como un tigre.
Al día siguiente, tal como dijo, llegó el embajador del Rey de Francia y le ofreció al Rey Herla la mano de su hija, la maravilla de occidente por su belleza y bondad. Quedó fijado el compromiso y, justo al cabo de un año, llegó la novia y la pareja celebró la boda con gran alegría y felicidad.
Mientras se sentaban a la mesa, antes de que comenzara el banquete, el Rey de los Pigmeos se presentó repentinamente con un numeroso séquito, eran tantos, que ocuparon todas las sillas de la mesa e invadieron el gran salón, mientras que otros muchos permanecían en el patio, en tiendas de seda que habían levantado en un abrir y cerrar de ojos.
Sirvientes alegremente vestidos salían diligentes de la tiendas, con espléndidos vinos y unos manjares tan exquisitos que ningún hombre había probado nunca nada semejante.
La Princesa de Francia y los invitados nunca en su vida habían estado tan bien atendidos. Los pigmeos estaban en todos los sitios donde eran necesarios y en ninguno donde no hicieran falta. Trajeron músicos que tocaban las melodías más dulces y espléndidos regalos que apilaron frente a la novia. Todo el mundo los alababa y decía que nunca había visto nada comparable. La alacenas del Rey Herla no se tocaron, ya que todo había sido proporcionado por los pigmeos. Al final, cuando ya todos estuvieron saciados, el Rey Pigmeo dijo al Rey Herla: Majestad he cumplido mi promesa. Si deseáis algo más, pedidlo y será vuestro. Yo sólo os pido que dentro de un año estéis preparado para honrar mi boda con vuestra presencia, como yo he honrado la vuestra.
Dicho esto, se retiraron rápidamente a sus tiendas y,a la mañana siguiente, antes del canto del gallo, ya se habían marchado.
El Rey Herla no olvidó su promesa. Durante todo aquel año reunió los más dignos presentes para tan noble amigo. Y el día señalado, el Rey Pigmeo apareció con su séquito, y Herla y sus caballeros partieron con él, cargados de regalos. No habían llegado muy lejos cuando se encontraron frente a un acantilado. De pronto apareció una abertura y penetraron en una cueva profunda y oscura alumbrados por antorchas. Galoparon hasta salir a una verde pradera y se hallaron frente a un enorme castillo.
El Rey de las Hadas dio la bienvenida al Rey Herla con amables palabras y lo condujo a un espléndido palacio. Allí se estaba celebrando la boda con una alegre fiesta que duró tres días con sus noches. Al fin, el Rey de las Hadas intercambió regalos con el Rey Herla, e hizo que fueran conducidos nuevamente hasta la oscura cueva. Antes de dejarlos, el guía que los acompañaba le dio al Rey Herla un perrito, lo bastante pequeño como para que pudiera sentarse delante de él en la silla de montar, y les dijo:- El Rey mi Señor, me manda deciros que ninguno de vosotros desmontéis hasta que este perro salte de la silla.
Dicho esto, les dejó, y el grupo de jinetes penetró por la abertura que se cerró detrás de ellos.
Galoparon hasta que vieron a un labrador que estaba trabajando. El Rey Herla lo llamó y le pidió noticias de su reina, llamándola por su nombre. El labrador permaneció un momento pensativo y dijo al fin: Señor, me cuesta entenderos, ya que habláis la antigua lengua galesa y yo soy sajón, descendientes de aquellos que conquistaron esta tierra dos siglos atrás. De la reina por la que me preguntáis, sólo puedo deciros que oí una vez ese nombre, y sé que era esposa de un rey llamado Herla que gobernó el país hace ya mucho tiempo. La gente dice que entró en una cueva de ese alto acantilado muchos años atrás, y desde entonces nunca más se ha sabido nada de él.
Al oír al campesino, algunos caballeros cayeron al suelo y, ni bien tocaron tierra, el peso de los años cayó sobre ellos convirtiéndolos en polvo.
Herla ordenó al resto de su séquito que no desmontara y continuaron su camino.
Algunas veces la gente los ve galopar furiosamente por la región, esperando a que el pequeño perro salte, pero éste nunca ha abandonado la silla de montar y se dice que no la abandonará hasta el día del juicio final. FIN.
Un buen fin de semana para todos/as. Nos vemos prontito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario