miércoles, 20 de diciembre de 2017

ESTAMOS SOLOS JUNTOS. por "Noah Ben Shea"

      Jacob se revolvió y se quedó mirando las ásperas Ivigas que formaban el costillar de su techo. Los instantes anteriores al amanecer daban un tenue baño de luz a las paredes. Jacob se detuvo por un momento y se preguntó si no habría despertado en el vientre de una gran ballena. Cerró los ojos de nuevo y dio gracias a Dios por el nuevo dí.
      El frío en la pequeña habitación, como si de gélidos dedos se tratara, le daba la sensación de punzadas en los pies. Levantándose poco a poco, Jacob se maravilló de hasta qué punto un hombre puede ser pesado para sí mismo.
      En el centro de una mesita estrecha reposaba un pan oscuro junto a un platito con sal. Con ambas manos, Jacob elevó el pan en una bendición. Luego, bajando de nuevo la ofrenda, asperjó con suavidad la sal sobre la corteza, frotándola entre el pulgar y el índice. Después, pellizcó la punta de la hogaza, desgajó un pedazo de pan y rompió su ayuno.
      La simplicidad en las necesidades de Jacob enriquecía su vida. Queriendo menos cosas se permitía más lujos.
      Jacob se arropó con el pesado abrigo que se solía poner para ir a la panadería. Abrió la puerta y se sumergió en la mañana. La nieve caída la noche anterior cubría la tierra.
      Como un pequeño punto de pintura atravesaba el blanco lienzo, mientras el viento soplaba detrás de él borrando sus huellas a medida que avanzaba.
      Una delgada línea de hielo se había formado alrededor del marco de las puertas traseras de la panadería, por lo que tuvo que cargar con el hombro para abrirlas. El hielo, al romperse, sonó como una ramita seca cuando se quiebra bajo el pie. Las palomas, a los pies de la plataforma de carga y descarga, se esforzaban en su labor de descubrir semillas y migajas. Jacob se complacía con su compañía, así como con sus rituales.
      El suelo crujió bajo su peso cuando entró en la panadería; aquél era un gemido que le resultaba familiar. Le envolvió la oscuridad, y Jacob aceptó su abrazo. También aquello le resultaba familiar.
      Observando las sombras se detuvo. Es curioso, pensó, en dónde sujetamos las raíces. Somos como semillas al viento que despiertan en la oscuridad.
      Jacob sacó una cerilla del banco de trabajo que había junto a los hornos y se agachó para encender la llama del piloto. Una lágrima azul saltó y danzó a lo largo de la hilera de quemadores. Sé de ayuda, pensó Jacob. Una sola puede alumbrar a muchas.
      Se incorporó con lentitud, enderezó la espalda y sacó un lápiz de su bolsillo trasero. Localizó los trozos de papel que guardaba en montoncitos cerca de la báscula de la masa y se puso a escribir.
      Como un pastor de antaño, Jacob escuchaba los salmos en el viento.
    Cuando los demás le decían a Jacob que lo que escribía reflejaba una gran sabiduría, él respondía,
"Lo que escribo es más sabio de lo que soy yo".
      Cuando le decían, "Eres demasiado humilde", Jacob respondía, "Dios está siempre en concierto, pero la audiencia no siempre escucha".
      Jacob se puso a desarrollar la masa que había estado en reposo durante la noche. El calor de los hornos colgaba sobre él como una manta suspendida del techo. Jacob se solazaba en aquel cálido confort, y se preguntaba si no estaría soñando todavía, metido aún en la cama.
      Después, mientras trabajaba la masa con sus manos, pensó en los hogares de su pueblo. Veía a esposos y esposas despertándose en aquel momento. Veía a hijos e hijas con ojos como almendras gigantes observando los prometedores años que se abrían ante ellos. También veía su propia casa: con la cama vacía y la tenue huella de su cuerpo aún en las sábanas.
      Se cernió sobre sí mismo, súbitamente solo. Era una sensación poco habitual para él. Se preguntó cuánta soledad podría encaramársele a las espaldas a un hombre que, durante tantos años, se había sentido en paz con su vida solitaria.
      -Hola! -atronó una voz por detrás de él, asustando a Jacob y rompiendo aquellos instantes de tranquilidad.
      Max, un joven panadero, que llevaba un saco de harina hacia la amasadera, de disculpó:
     -Lo siento, Jacob, no pretendía asustarte-. ¿Estás solo?
     Jacob se volvió hacia Max.
      -Estamos solos juntos- dijo Jacob.
    Poco después estaban los dos hombres, hombro con hombro, utilizando los bordes de sus manos para dar forma a las líneas de las hogazas.
      Jacob, ¿te importaría si te hiciera una pregunta?
     inquirió Max.
     Jacob no respondió, sino que levantó una bandeja llena de panes sin cocer y la puso en uno de los carros.
      -Jacob -le preguntó sorprendido Max- ¿me estás ignorando?
       Simplemente me pregunto si me he estado ignorando a mí mismo- dijo Jacob.
    Dijo aquello casi como ausente, dejándolo caer como el que esparce harina sobre los tableros de pan. Max estaba desconcertado. Nunca antes había visto a Jacob confuso con sus propios sentimientos.
      Percibiendo la incomodidad de Max, Jacob le puso una mano sobre el hombro y le dijo:
       En la vida solemos descubrir lo que no sabíamos que estábamos buscando.
   -Te diré lo que estoy buscando yo -intervino Samuel, el dueño de la panadería, que había llegado también inadvertidamente-. Samuel desplazó su amplia figura alrededor de la amasadera, charlando como si estuviera ya en mitad de la conversación. Estoy buscando al resto de mis panaderos además de a mis clientes.
      Después, moviendo la cabeza y observando los progresos del trabajo en la mañana, dijo:
       -Bendito seas, Jacob. Sólo puedo contar contigo.
     Como un director de orquesta perdido en su propio ritmo, Samuel agitaba su dedo índice mientras hablaba.
      ¿Y qué hay de Max? preguntó Jacob reconviniendo a Samuel por sus modales.
        Cuando Max lleve aquí tantos años como tú, lo bendeciré también.
    Bendice el instante, Samuel- dijo Jacob - y los años traerán su propia bendición. Muchos de nosotros vivimos una vida ajetreada porque se nos permite creer que estamos yendo a  alguna parte.
      ¿Oyes eso, Max? dijo Samuel mientras Max salía para traer otro saco de harina. Aún cuando yo no diga nada, este hombre es capaz de convertirlo en algo.
     -Sólo soy un panadero -dijo Jacob esquivando el cumplido -.De la harina hago el pan, pero el grano que hace la harina es un regalo de Dios.
      Samuel se rió, y se palmeó el perfil de la panza bajo la blusa.
    ¿Y cuál es ese regalo, eh?
     Tu amistad ha sido un enorme regalo para mí -dijo Jacob -.
    Y yo valoro tu sabiduría -dijo Samuel meneando de nuevo el dedo -.aún cuando no siempre sepa lo que estás sintiendo.
      En ocasiones, nuestro corazón guarda sus secretos hasta de nosotros mismos -dijo Jacob en voz baja.
      Se oyeron nuevas voces que entraban en la panadería, fracturando el caparazón que envolvía a los tres hombres. El contrapunto de los panaderos llegó como nudos enlazados unos con otros a través de sus saludos y lo que pronto se convirtió en el engranaje de sus esfuerzos.
      Las bandejas y los carros rodaban hasta los hornos como una promesa, y salían de allí con el tesoro apilado de las doradas hogazas. Las galletas, como montañas de monedas, caían de las bandejas en las fuentes y se llevaban apresuradamente, tiernas y calientes, hasta el mostrador. Y allí, las gentes del pueblo soltaban sus monedas y volvían presto a casa caldeadas por los panes que llevaban bajo los abrigos.
      Con el palpitar de la actividad, los instantes pasaban para Jacob como un río; otro día en la panadería; otro día a la deriva, inconsciente,verdadero sólo en sí mismo.
      El día había pasado. El alba se había convertido en crepúsculo.

                                                                ******

      Muy buenos días tengáis tod@s vosotr@s. Desearos una feliz navidad y pensad en vuestros sueños, seguro que un día se harán realidad. muchas gracias siempre por estar ahí y un fuerte abrazo.

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