martes, 9 de mayo de 2017

EL DERVICHE Y EL LADRÓN. por " Nazanin Amirian"

      Además de la codicia, actuar sin meditar y no calcular las consecuencias que puede acarrear esta actitud que también merece de una buena lección. Es lo que le ocurrió al derviche de la fábula.
      ¿Qué fábula es ésa?, preguntó el joven rey.
     El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.

      Había una vez un respetable derviche cuya fama de hombre piadoso había llegado hasta la mismísima corte real. El monarca impresionado por los comentarios que había oído de la generosidad y la bondad de este hombre, decidió regalarle una túnica de seda natural cuyo valor era difícil de calcular.
      Pronto el derviche se acostumbró a ponerse la llamativa túnica y a lucirla en cualquier acto público, provocando así la tentación de uno que otro ladrón profesional.
      Así que un día, uno de esos cacos decidió apropiarse de la hermosa túnica y tramó un minucioso plan para ponerlo en marcha. Un día apareció en la residencia del derviche y le dijo:
      -¡Oh, sabio hombre!, tu reputación de hombre recatado ha recorrido el mundo entero. Yo vengo de muy lejos, soportando las calamidades de un largo viaje sólo para poder convertirme en uno de tus discípulos y encontrar el verdadero camino de la sabiduría.
      Al derviche -quien progresivamente estaba perdiendo la humildad que le caracterizaba y situación de la que aquella magnífica túnica tenía algo de culpa- le agradó el discurso de su "discípulo" y le ofreció una habitación para alojarse. El fingido alumno espiritual se portó bien, hasta que una noche encontró la oportunidad deseada para robar al derviche su precioso manto.
      A la mañana siguiente, el dolor que sintió el santo hombre al enterarse de lo sucedido era doble: por un lado había perdido su querida túnica y por otro, se sentía estafado. Tenía que encontrar al ladrón para mirarle a los ojos y preguntarle el por qué de aquel engaño. Así que se dirigió a las afueras de la aldea.
      Era de noche cuando llegó a un pueblo. Buscando un albergue donde alojarse y pasar la noche, llamó a una puerta. Le abrió una amable señora y le invitó a pasar. El devoto hombre no se dio cuenta de que aquel albergue era una casa de placer, entró y se sentó en un rincón para descansar.
      Entre las chicas del burdel había una cuya belleza envidiaban la luna y el sol. Ella sólo se ofrecía a su amante, rechazando a cualquier otro hombre que pedía sus servicios. La directora de la casa, molesta por la actitud de la chica, había decidido poner fin a su romance, y puso en marcha su plan la misma noche en que el derviche llegó al burdel.
      Con una botella en la mano, se acercó a los amantes ofreciéndoles el mejor vino. Cuando los dos se durmieron de embriaguez, rellenó una pequeña caña de un polvo venenoso y la introdujo en la boca del joven. Justo en el momento de respirar, el joven estornudó e hizo que el polvo tóxico entrara directamente en la garganta de la señora directora, matándola en pocos instantes.
      El derviche, aturdido ante una situación tan trágica, tuvo que esperar a que la luz del amanecer iluminara el camino para salir de allí.
      Pasó el día buscando al ladrón sin resultado, Al caer la tarde, cansado, se encontró con un zapatero que le invitó a pasar la noche en su casa:"mi esposa cuidará de ti, porque yo tengo que ir a una cena con mis amigos", dijo el amable artesano excusándose.
      El derviche agradeció la hospitalidad del matrimonio, y tras apurar una deliciosa cena se preparó para dormir. Pero la hermosa y joven esposa del zapatero no podía desaprovechar la ausencia de su marido; así que acudió a casa de su vecina, una anciana que actuaba como alcahueta, para que llevara un mensaje a su amante: "mi esposo ha ido a la ciudad, ven a verme".
      La mala suerte de la joven esposa hizo que antes de que llegara su amante, regresara el marido engañado, pues había oído rumores sobre la infidelidad de su mujer. Furioso entró en casa y, sin mediar palabra, golpeó fuertemente a su esposa; luego la ató a una de las columnas de la vivienda, tras lo cual, humillado y dolido, se acostó.
      Mientras el hombre estaba durmiendo, la anciana, sin saber lo sucedido, vino a visitar a la mujer. Ésta no pudo contener su alegría al ver su vieja amiga, le pidió que la desatara y ocupara su sitio para que ella pudiera acudir a la cita con su amante. La celestina anciana aceptó.
      El derviche, testigo de esas conmovedoras escenas, seguía sin poder reaccionar ante los acontecimientos. El zapatero, al oír ruidos extraños se despertó y en la oscuridad de la noche, empezó a reprochar a su mujer y maldecir su suerte, mientras la pobre anciana atada a la columna no se atrevía abrir la boca por temor a ser descubierta por su voz. El esposo al no recibir respuesta alguna, se iba poniendo cada vez más rabioso, agarró un cuchillo y cortó la nariz a la que él consideraba su esposa. "Llévasela de regalo a tu amante", gritó, y volvió a la cama. La desgraciada vieja ni siquiera se atrevió a quejarse de dolor.
      Cuando la joven regresó y vio a su fiel amiga con la cara desfigurada, se entristeció. Mientras la desataba, le pedía disculpas. La anciana volvió a atar en la columna a la joven esposa, luego, encogida de dolor, cogió su nariz y regresó a su casa. Entretanto la infiel esposa, después de dormir un rato, aun estando de pie, se percató que su esposo había despertado, empezó a llorar y a rogar en voz alta:
      ¡Oh Misericordia! Sabes que mi marido me ha maltratado injustamente. ¡Tú que eres consciente de mi honestidad y mi inocencia, repara esta brutalidad!.
      -¿Qué estas diciendo, maldita bruja?, exclamó el hombre. ¡Una ramera no tiene derecho hablar con Dios!
      ¡Mira, cómo el Todopoderoso, consciente de mi pureza, me ha devuelto mi nariz! ¡Aleluya!
       El artesano, para calmar su curiosidad se acercó a la mujer y...¡era cierto!, su mujer tenía la nariz en perfectas condiciones, sin ningún rastro de rotura, ni sangre. Contento y a la vez avergonzado de lo ocurrido, le pidió perdón, le prometió que nunca jamás haría caso a los rumores.
      Por otro lado, la anciana, con su nariz en la mano, se dirigía a su casa sin saber cómo justificar su cara desnarigada ante su marido, el barbero.
      Cuando llegó a casa, entró silenciosamente en la cocina. Su marido, que había madrugado para atender un cliente, le pidió que le preparara su estuche de afeitar. Ella no sólo tardó en preparar sus cosas, sino que únicamente le dio las cuchillas. El barbero, enfadado, tiró las cuchillas en la oscuridad: "¡Te he pedido el estuche entero, no sólo cuatro cuchillas!", gritó. La astuta anciana hizo un grito de dolor, exclamando: "¡Ay, mi nariz!, ¡has cortado mi nariz!". El esposo no daba crédito a lo que veía: el rostro de su mujer empapado de sangre y una nariz en el suelo.
      Al día siguiente, los familiares de la mujer arrestaron al barbero y le llevaron ante el juez. Ante la pregunta del magistrado de "¿Por qué has hecho una cosa así?", no supo qué decir. De modo que el juez ordenó la práctica de la ley del talión. Pero allí estaba el derviche para narrar la verdadera historia desde el principio.
      -¡Señoria! si yo no hubiera tenido la ambición de tener muchos discípulos y hubiera tenido la humildad para no dejarme llevar por las dulces palabras del ladrón, no habría perdido mi túnica. Si la mala mujer no hubiera atentado contra la felicidad de aquellos jóvenes, nunca habría perdido su vida. Si la mujer del zapatero no hubiera cometido adulterio, no habría sido castigada y si la anciana no hubiera actuado como alcahueta, no habría perdido su nariz.
      Cuando el viejo sabio terminó su relato, el joven rey se quedó pensativo y luego dijo:
       Esos relatos demuestran que el engaño y la maldad pueden disfrazarse de mil maneras.
    -Es cierto, Majestad, contestó el anciano. si uno hace el mal, puede esperar sus consecuencias. Pero también es de necios emplear métodos para eliminar a los demás que puedan poner en peligro su propia vida, como ocurrió a aquella garza de la fábula.
      -¿Qué garza?, preguntó el joven rey.
     El viejo sabio le hizo la reverencia y empezó a narrar su historia.

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      Es mi deseo, qué estas fábulas y cuentos sean una luz para vuestro día a día. Muchas gracias por estar ahí y una feliz tarde. Un abrazo.

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