miércoles, 6 de julio de 2016

LA MUJER DEL AGUA. ( La Dona D'aigua ) "Juan García Atienza".

      Esta leyenda, expandida por toda Cataluña y convertida en una de las tradiciones más arraigadas de esta tierra, parece que tuvo sus orígenes en la sierra del Montseny, donde todavía se levanta una corpulenta encina que da cuenta cabal de la realidad mágica de aquella narración, cuyo tema se remonta, lo mismo que buena parte de las aventuras legendarias que han llegado hasta nosotros, a los tiempos medievales.
      Las distintas variantes que nos han llegado de la leyenda coinciden en que su protagonista fue el señor de la Casa Blanc, un noble que alternaba sus actividades guerreras con su afición por la caza, a la que dedicaba todos los momentos libres que le prestaban sus obligaciones como vasallo de los primeros condes de Barcelona. Su pasión eran las piezas de caza mayor, que en aquellos tiempos abundaba en la sierra del Montseny en la que se levantaba su castillo. Cada mañana, al aparecer el lucero del alba, se levantaba con renovado deseo de tomar su caballo y su jauría y lanzarse a los montes en pos de jabalíes, ciervos, osos y cabras montaraces, cuando estos animales no eran todavía especies en peligro de extinción y su caza constituía casi una colaboración al equilibrio ecológico, porque así impedía que aquellas bestias proliferaran en exceso por las espesuras de los bosques.
      Un día, después de estar toda la mañana persiguiendo inútilmente piezas que parecían cada vez más hábiles cuando de esquivarle se trataba, le alcanzó la hora del refrigerio de mediodía a la sombra de esa encina que hoy lo recuerda. Llamó a los servidores con el potente sonido de su trompa de caza y ordenó que le sirvieran allí mismo las viandas que habían preparado para comer. Luego, cuando le hubieran dejado a mano los alimentos, les mandó alejarse, con la sana intención de reposar la comida en soledad debajo de aquel árbol tan frondoso. Así pues, comió abundantemente y luego se tumbó relajado bajo su sombra, y estaba casi a punto de entrar en el reino de los sueños, cuando le pareció que todos los sonidos del bosque quedaban súbitamente en silencio, para no dejar oír más que una hermosa melodía que partía de algún lugar no muy lejano, desgranada con infinita dulzura por una voz femenina. Según dicen, aquel canto le recordó su infancia y el coro de las monjas del monasterio que se levantaba cercano al castillo. Sólo que esta canción que ahora escuchaba era mucho más sensual que los piadosos motetes de las sores.
      Asombrado ante la belleza de aquella voz, caminó un trecho hacia el lugar de donde provenía y de pronto, entre los arbustos, junto a un arroyo, alcanzó a ver a una muchacha bellísima que peinaba sus cabellos mirándose en el espejo del agua de un remanso. Apenas apareció el señor, la muchacha interrumpió su canción y se le quedó mirando casi con miedo, sin pronunciar una sola palabra.
      De inmediato, el señor de Casa Blanc sintió el impacto de su presencia y supo que aquélla era la mujer con la que siempre había soñado, aun sin saberlo. Le confesó su súbito amor y, queriendo saber quién era, le preguntó su nombre y de dónde venía. Pero ella, en lugar de contestarle, sonrió tranquilizada y volvió a entonar su hermosa melodía, dejando sin respuesta las preguntas del caballero. No por ello quedó él desanimado. Estaba habituado a ser obedecido y, tomándola por el brazo, la llevó al lugar donde le esperaban sus servidores, presentándola a todos ellos como la "dona d'aigua" y diciéndoles que ella sería desde aquel mismo instante su nueva señora, porque había decidido hacerla su esposa inmediatamente. La muchacha miraba a todos atemorizada, y durante mucho tiempo continuó sin pronunciar palabra, aunque siguió mansamente a su enamorado y aguardó casi encogida, como un corderillo asustado, el tiempo que discurrió entre los preparativos del casorio y la ceremonia de la boda.
      Antes de que ésta tuviera lugar, sin embargo, la mujer dejó por fin oír su voz en un instante en que se encontraba sola con el que iba a ser su esposo.
      -Tienes que saber que he aceptado unirme a ti porque siento en lo más profundo de mi ser el mismo amor que yo he despertado en ti. Pero habrás de recordar que, cuando me encontraste junto a la fuente, guardé silencio al preguntarme por mi nombre y por mi origen. Ahora quiero advertirte algo muy importante: jamás vuelvas a hacerme esas preguntas si quieres que nuestro matrimonio sea feliz y duradero. Recuerda también que jamás deberás volver a llamarme "dona d'aigua", como me has nombrado desde que nos encontramos, sino esposa. Y tenlo siempre en cuenta si quieres que perviva nuestro amor.
      El señor de Casa Blanc aceptó aquella condición he hizo la promesa que se le pedía. Se celebró la boda con todo el esplendor que su nobleza exigía y, durante algunos años, nada vino a enturbiar la felicidad de la pareja. incluso se acrecentó con la llegada de dos hijos, un niño y una niña, por los que la esposa sentía una especial predilección.
      Sin embargo, poco a poco, el caballero comenzó a aburrirse al lado de aquella mujer que se sumía constantemente en largos silencios. Aquel no saber nada sobre ella ni sobre quién podría ser su familia y su entorno comenzó a desazonarlo. Dio entonces por echar de menos sus aventuras cinegéticas, que tenía abandonadas desde su matrimonio. Y, poco a poco, primero por unas horas algunos días y luego por largas jornadas a lo largo de toda la semana, regresó a los montes a perseguir a las bestias salvajes con su jauría, abandonando paulatinamente la compañía de aquella esposa a la que había unido su vida. Al cabo de algún tiempo de esta reincidencia, la separación entre los esposos y su falta de comunicación era total. Ella callaba y consentía siempre, y él la atendía cada vez menos, como también menos atendía a sus hijos, hasta que un día la mujer no pudo aguantar más y le reprochó tímidamente las prologadas ausencias a las que la sometía.
      El carácter del caballero se había ido agriando con aquellos silencios y, al oírle aquellos reproches, no pudo aguantar más y la emprendió a gritos con ella.
      -Cómo te atreves a reprocharme mis ausencias, cuando estar a tu lado es como permanecer junto a una roca, de tan silenciosa como te muestras! Y aún te quejas de mi actitud, cuando no sé absolutamente nada de ti pasados los años que hemos vivido juntos. Sólo sé que te recogí de la nada, cuando no eras más que una dona d'aigua, y eso sigues siendo!
      Apenas pronunció estas palabras, la mujer cambió de expresión y, sin que sirvieran de nada los arrepentimientos del esposo pidiéndole perdón por haber roto su promesa, salió huyendo del castillo y, perseguida de lejos por él, se internó en la montaña y desapareció por los pinares entre los precipicios del Gorc Negre, como si se hubiera arrojado al vacío desde su orilla.
      Desesperado por haber roto la promesa y por la desaparición de la esposa, a la que seguía amando sinceramente, el señor de Casa Blanc, no volvió a sonreír ni a cazar. Salía del castillo,sí, pero cuando lo hacía era para acercarse al remanso de aquel riachuelo donde había encontrado a su amada y quedarse horas enteras recordándola, lamentando con tristeza su pérdida y esperando inútilmente escuchar de nuevo su voz. Sólo recuperó la esperanza cuando un día se dio cuenta de que sus hijos aparecían todas las mañanas perfectamente arreglados y vestidos y, habiéndole preguntado al niño, que era el mayor, éste le confesó que todas las noches acudía su madre junto a sus camas y los acariciaba y permanecía a su lado hasta que amanecía, y que, al llegar el alba, los lavaba, los peinaba y los vestía como si siguiera viviendo con ellos. El padre abrigó la esperanza de recuperarla y, durante varias noches, veló escondido en las cercanías de los dormitorios de los niños con el deseo de volverla a ver. Pero, como si algo superior a sus deseos se interpusiera en aquel reencuentro imposible, jamás apareció la dama cuando el padre estaba presente, por muy discretamente que creyera haberse escondido.
      FIN.

                                                                  ******

     Vivid los momentos, disfrutad de ellos allí donde os encontréis, felices vacaciones y, gracias muchas gracias por estar ahí, un abrazo. Hasta la semana que viene!

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