Las personas jamás pecarían
si fueran conscientes
de que cada vez que pecan
se hacen daño a sí mismas.
Por desgracia, la mayoría de ellas
están demasiado aletargadas
para caer en la cuenta
de lo que están haciéndose a sí mismas.
Bajaba por la calle un borracho con las orejas en carne viva. Se encontró con un amigo, y éste le
preguntó qué le había pasado.
"A mi mujer se le ocurrió dejar la plancha encendida y, cuando sonó el teléfono, tomé la plancha
por equivocación"
"Ya veo...Pero ¿y la otra oreja?"
¡El maldito imbécil volvió a llamar!
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Muy buenas tardes, gracias siempre por estar ahí, y seguimos adelante, un abrazo.
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