NACEMOS APRENDIENDO
Y MORIMOS TONTOS
Al llegar a la puerta trasera de la panadería, Jacob se detuvo.
Aquí es donde yo conocí a tu abuelo -dijo Jacob señalando los escalones que había a los pies de la plataforma de descarga.
Me contó muchas veces la historia -comentó Jonás con una voz entre los límites del recuerdo y la vulnerabilidad.
Sí, pero, ¿te habló de las palomas?
Antes de que Jonás pudiera responder, Jacob sacó un puñado de migajas de pan de su bolsillo y las esparció sobre los hombros del muchacho.
Un montón de gorriones y palomas elevaron el vuelo desde el tejado de la panadería y rodearon a Jonás, y en unos momentos, aleteando sobre sus hombros, limpiaron de migajas su abrigo.
¡He sentido en la cara el aire que hacían con sus alas! -exclamó sorprendido mientras observaba cómo volvían las aves al tejado.
Quizás eran los ángeles que se te han asignado para echarte el ojo encima.
¿Eres tú un ángel, Jacob?
-No lo sé -dijo Jacob deteniéndose -. A lo mejor eres tú el ángel, y estás aquí para echarme un vistazo a mí.
El muchacho sonrió ante la idea.
Lo que sé es que, para ver ángeles, tenemos que mirar con el corazón -dijo Jacob -. Ama, y los demás verán un ángel en ti.
Y se volvió para abrir la puerta.
Jonás tiró de la manga de Jacob para que se volviera.
-Jacob -dijo-, Prometo que intentaré no estar triste.
-Simplemente, no estés triste por estar triste -dijo Jacob-. La tristeza y la alegría no son más que olas en nuestro mar. Observa cómo se elevan y cómo caen en tu vida.
Jonás se quedó mirando a Jacob sin parpadear.
-Jacob, ¿alguna vez has estado triste?
-Con el tiempo -respondió Jacob -, todas las olas llegan hasta la orilla.
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Os deseo un bonito y feliz día, disfrutar de los buenos momentos que el universo nos regala y siempre gracias por estar ahí, un abrazo y nos vemos muy pronto.
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