martes, 26 de abril de 2016

Una leyenda que paso hace muchos años... " TENÍAS QUE HABERTE BAÑADO".

      Aquel viejecito volvió a su casa, en una aldea de la Mariña, después de muchos años en América, para cumplir la segunda obsesión de su vida, descansar para siempre en la tierra que le vio nacer. Curiosamente, la primera obsesión había sido, precisamente, emigrar a América, donde, estaba convencido, lograría amasar una enorme fortuna. Así fue, porque el viejo, un crío muy pobre a la hora de embarcar en un vetusto y oxidado vapor de larga y humeante chimenea, muchos años después descendía rico, en el puerto de La Coruña, de un lujoso trasatlántico.
      Reinstalado en su aldea, y pasados unos cuantos días desde su llegada, el viejecito una tarde dio un largo paseo por los alrededores del lugar, un paseo que le llevó por un senderillo desdibujado, hasta el interior de un espeso bosque cerca del acantilado. El motivo de haber emprendido aquella caminata no era otro que evocar viejos tiempos, aquellos en que todavía era un mozalbete imberbe y venía hasta este lugar con cierta niña por la que estaba loco de amor, y que seguramente también ella le quería con locura. Lucero se llamaba, y era bonita y simpática como nadie, muy lista y muy locuaz, y siempre le estaba contando historias fantásticas, unas historias que le obligaban a contemplarla boquiabierto durante horas.
      Nuestro viejecito, entonces el mozalbete enamorado de Lucero, había nacido en una familia muy religiosa y chapada a la antigua, con unos padres muy severos, puritanos y conservadores- integristas, se diría hoy-, que veían un motivo de pecado en cada cosa, palabra,gesto o actitud. Por eso, muy coartado en sus impulsos naturales por culpa de la religión, cuando estaba con Lucero el niño se sentía desasosegado, inquieto y exageradamente avergonzado, a pesar de lo feliz que era junto a ella. Y, por eso, también, aunque cuando después de haber escuchado una de aquellas historias fantásticas, pensaba en lo guapa que era su amiguita y en que se la comería a besos, ni nunca dijo nada ni nunca la besó. Es más, cuando ella, espontánea por naturaleza, le hacía cualquier carantoña inocente, o cuando, cogiéndolo por sorpresa, le daba un beso fugaz en la cara, él reaccionaba con enojo y, rechazándola, invariablemente le reprendía:
      -No lo vuelvas hacer más. Es pecado!
   Lucero se había quedado huérfana cuando tenía dos años, y desde entonces cuidaba de ella una señora de mediana edad, una señora soltera, seria, que se relacionaba muy poco con los vecinos del pueblo y que tenía fama de bruja. Eso al menos murmuraba la gente, que decía que hacía "raros" experimentos en su casa, y que, por ese motivo, algunas noches de las ventanas de la misma salían resplandores de colores. La casa de Lucero y de esta "bruja" estaba muy apartada de la aldea, no lejos del bosque que ahora visitaba el viejecillo.
      Cuantas imágenes le vinieron a la memoria aquella tarde! Cuantos recuerdos! Pero, entre todos, el que más vividamente recordó le trasladó a aquel mismo bosquecillo, cuando por última vez vio a Lucero. Lucero! Qué habría sido de Lucero? Era la tarde de un 23 de junio, víspera de San Juan, que, como siempre, pasaron en aquel bosque charlando y fantaseando amigablemente. La niña ese día parecía muy excitada e impaciente, y los ojos le brillan de manera desacostumbrada, como si escondiera algún propósito secreto que no pudiese guardar por más tiempo.
      La noche de San Juan es fantástica, sabes? !- dijo ella de pronto, cuando estaban tumbado indolentemente sobre la hierba, al pie de un viejo árbol, observado de manera distraída el deambular de las nubes por el cielo.
      Me ha dicho mi madre- se refería a la "bruja"-, que en noches como la de hoy se puede conseguir lo que se desee.
      -Lo que se desee?- inquirió incrédulo el mozalbete.
      Lo que se desee! -insistió fantasiosa la niña, para preguntar inmediatamente-. Tú no deseas algo con todas tus ganas?
      -Sí, deseo...irme a América y ganar mucho dinero!
-soltó de manera espontánea el jovencito, iluminándosele extrañamente los ojos también a él-. Quiero ir a América y volver rico para...Para casarme contigo! se sintió rojo y avergonzado nada más decir esto, pero dicho estaba.
      Ella lo miró sorprendida, en realidad muy gratamente sorprendida, y susurró en voz muy bajita:
    Pues yo deseo que este momento no se acabe nunca, ser siempre como ahora, no tener preocupaciones y estar contigo aquí años y años y años...!
      Pero eso es imposible!- desechó el muchacho, volviendo a la realidad.
      -No lo es!- exclamó entonces ella, incorporándose de un brinco-. Ven, voy a revelarte un secreto muy grande, un secreto "muy importante"!
      Y, tomándolo de la mano, resueltamente lo condujo por entre la maleza hasta el pie de un roquedal, donde se acumulaban matorrales y zarzas. Los apartó con las manos, haciéndose algún que otro arañazo, hasta dejar al descubierto un pequeño orificio en la roca, evidentemente la entrada de una cueva. Era ya de noche y Lucero se le antojó extrañamente seria al muchacho, especialmente cuando le pidió:
      -Tienes que jurarme que lo que vas a ver y oír no se lo vas a contar nunca a nadie!
      Él la miró intrigado y confuso, apresurándose a decir, muy seguro de sí mismo:
           -Te lo juro!
      Entonces Lucero se metió en la cueva, andando en cuclillas, y le invitó a su compañero a seguirla. Cuando ambos estuvieron dentro se encontraron en una amplia sala con un estanque en medio, un estanque alimentado con el agua cristalina que brotaba de la roca y que corría formando una pequeña cascada por una de las paredes de la caverna. Curiosa y sorprendentemente, aquella estancia subterránea estaba iluminada por un resplandor oculto que parecía surgir de todas partes. Como Lucero reparase en la extrañeza de su amigo, le explicó:
      -Es la luz de la luna. Misterioso, no? Dice mi madre que esto sólo ocurre las noches de San Juan que coinciden con luna llena. Y hoy tenemos luna llena!
      El muchacho estaba alelado, sintiéndose observador excepcional de un fenómeno tan inexplicable como mágico.
      -Ahora viene lo más importante que te voy a decir. Esta cueva y este estanque tienen una virtud, un poder que ya nadie conoce...,salvo mi madre. Un poder muy especial!
      -Qué poder? -el interés del muchacho iba creciendo por momentos.
      -Hace eternamente joven a quien lo desee! No te gustaría ser siempre joven, siempre, siempre?
      El jovencito la miró incrédulo y desechó:
      -Pero eso no puede ser, es una fantasía!
      -No lo es! Basta con que una pareja se bañe en el estanque una noche como la de hoy y...Bueno, también ha de ocurrir otra cosa...
      Lucero había dicho esto último dubitativa, y él la animó a continuar inquiriendo con viveza:
      -Qué cosa?
      -Mientras esa pareja se baña, la chica debe perder su doncellez!
      El muchacho la miró atónito y escandalizado, apartándose de ella bruscamente. Ahora lo entendía todo: aquello era una encerrona de su amiga para seducirlo y hacerle pecar.
      -Tú estás loca, completamente loca! -bramó el muchacho.
      Aunque decepcionada y triste, ella insistió:
      -No lo estoy! Es completamente cierto. Ven, vamos a bañarnos...-y tendiéndole los brazos con anhelo, le suplicó-: Hazme tuya y no te arrepentirás, te lo prometo!
      El muchacho ya no quiso escuchar más y salió precipitadamente de la cueva. Luego corrió bosque a través, hasta dar con el senderillo que iluminaba  la luna llena desde lo alto del cielo. Y, corriendo y corriendo, sin detenerse un sólo instante, llegó a su casa jadeante, se tiró sobre su cama y rompió a llorar amargamente. Cuando su madre le preguntó qué le pasaba, él le respondió furibundo:
      -Quiero irme a América
  Y a América se fue, semanas más tarde, en compañía de un pariente lejano, cediendo su familia ante la insistencia pertinaz del chiquillo. Y en América pasó casi toda su vida.
      Impulsado por una curiosidad poderosa y repentina, el viejecito echó a andar hacia el roquedal. Existiría aún la cueva y el estanque? Iba tan absorto en sus pensamientos, que ni había reparado en que, desde hacía mucho rato, era observado atentamente por alguien, alguien que le venía siguiendo discretamente. De pronto el viejo se detuvo para inspeccionar el terreno, dudando qué dirección tomar. Fue al volverse para otear el umbroso horizonte, cuando descubrió a una persona inmóvil y sonriente detrás suyo, una niña, una chiquilla preciosa que lucía un vestidito que le pareció muy anticuado.
      -Quién eres tú? -le preguntó con sobresalto.
   Pero ella no respondió, limitándose a reír con cierto aire picaruelo. El viejo se fijó más detenidamente en la niña, reparando con sorpresa en su exagerado parecido con la Lucero que recordaba. Por eso, inquirió con la voz quebrada por la emoción:
      -Dime, pequeña, como se llama tu abuela!
      -Yo no tengo abuela, ni tampoco madre -respondió tranquilamente ella-, vivo con una mujer que, aunque es estupenda, todos llaman "la bruja"!- al decir esto último había sonreído encogiendo los hombros divertida.
      El viejo, que no salía de su asombro y parecía maravillado, susurró al fin con evidente tono de duda e incredulidad, aunque también con cierto deje de repentina alegría:
      -Lucero?
      -Sí- afirmó ella, ahora con gesto melancólico, aunque sin dejar de sonreír-, soy yo, la Lucero de entonces, la misma Lucero de siempre!
      Un montón de ideas confusas se agolparon repentinamente en la mente del viejo: Lucero se había bañado en el estanque de la cueva, una noche de San Juan que coincidía con plenilunio, y allí, alguien que él no conocía y que también sería todavía joven, o, mejor dicho, siempre joven, le había arrebatado su doncellez...El anciano se sintió desfallecer, sus piernas flaquearon y todo empezó a dar vueltas vertiginosamente alrededor suyo. Se apoyó como pudo en la rama baja de un árbol, pero finalmente se desplomó, quedándose, primero sentado al pie del árbol, con la espalda apoyada en el tronco, para luego, poco a poco, ir deslizándose sobre la hierba...,como en otro tiempo!, y quedar tumbado cuan largo era. La niña, Lucero, se sentó junto a él, le levantó la cabeza con delicadeza, la apoyó en su regazo y, mientras acariciaba con toda la ternura del mundo aquel rostro arrugadísimo por el paso del tiempo, suspiró:
      -Tenías que haberte bañado conmigo aquella noche, tenías que haberte bañado...!
     Pero el viejecito no pudo oír esto último, pues, agotado por sus muchos años y lo enorme de las emociones recibidas, su corazón acababa de dejar de latir para siempre.
       FIN.

                                                         ******
Esperando que os haya gustado está bonita y tierna leyenda, os deseo que tengáis una muy buena semana. Os espero la siguiente! Esté saludo para tod@s vosotr@s. Gracias por estar ahí.

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