martes, 26 de abril de 2016

Una leyenda que paso hace muchos años... " TENÍAS QUE HABERTE BAÑADO".

      Aquel viejecito volvió a su casa, en una aldea de la Mariña, después de muchos años en América, para cumplir la segunda obsesión de su vida, descansar para siempre en la tierra que le vio nacer. Curiosamente, la primera obsesión había sido, precisamente, emigrar a América, donde, estaba convencido, lograría amasar una enorme fortuna. Así fue, porque el viejo, un crío muy pobre a la hora de embarcar en un vetusto y oxidado vapor de larga y humeante chimenea, muchos años después descendía rico, en el puerto de La Coruña, de un lujoso trasatlántico.
      Reinstalado en su aldea, y pasados unos cuantos días desde su llegada, el viejecito una tarde dio un largo paseo por los alrededores del lugar, un paseo que le llevó por un senderillo desdibujado, hasta el interior de un espeso bosque cerca del acantilado. El motivo de haber emprendido aquella caminata no era otro que evocar viejos tiempos, aquellos en que todavía era un mozalbete imberbe y venía hasta este lugar con cierta niña por la que estaba loco de amor, y que seguramente también ella le quería con locura. Lucero se llamaba, y era bonita y simpática como nadie, muy lista y muy locuaz, y siempre le estaba contando historias fantásticas, unas historias que le obligaban a contemplarla boquiabierto durante horas.
      Nuestro viejecito, entonces el mozalbete enamorado de Lucero, había nacido en una familia muy religiosa y chapada a la antigua, con unos padres muy severos, puritanos y conservadores- integristas, se diría hoy-, que veían un motivo de pecado en cada cosa, palabra,gesto o actitud. Por eso, muy coartado en sus impulsos naturales por culpa de la religión, cuando estaba con Lucero el niño se sentía desasosegado, inquieto y exageradamente avergonzado, a pesar de lo feliz que era junto a ella. Y, por eso, también, aunque cuando después de haber escuchado una de aquellas historias fantásticas, pensaba en lo guapa que era su amiguita y en que se la comería a besos, ni nunca dijo nada ni nunca la besó. Es más, cuando ella, espontánea por naturaleza, le hacía cualquier carantoña inocente, o cuando, cogiéndolo por sorpresa, le daba un beso fugaz en la cara, él reaccionaba con enojo y, rechazándola, invariablemente le reprendía:
      -No lo vuelvas hacer más. Es pecado!
   Lucero se había quedado huérfana cuando tenía dos años, y desde entonces cuidaba de ella una señora de mediana edad, una señora soltera, seria, que se relacionaba muy poco con los vecinos del pueblo y que tenía fama de bruja. Eso al menos murmuraba la gente, que decía que hacía "raros" experimentos en su casa, y que, por ese motivo, algunas noches de las ventanas de la misma salían resplandores de colores. La casa de Lucero y de esta "bruja" estaba muy apartada de la aldea, no lejos del bosque que ahora visitaba el viejecillo.
      Cuantas imágenes le vinieron a la memoria aquella tarde! Cuantos recuerdos! Pero, entre todos, el que más vividamente recordó le trasladó a aquel mismo bosquecillo, cuando por última vez vio a Lucero. Lucero! Qué habría sido de Lucero? Era la tarde de un 23 de junio, víspera de San Juan, que, como siempre, pasaron en aquel bosque charlando y fantaseando amigablemente. La niña ese día parecía muy excitada e impaciente, y los ojos le brillan de manera desacostumbrada, como si escondiera algún propósito secreto que no pudiese guardar por más tiempo.
      La noche de San Juan es fantástica, sabes? !- dijo ella de pronto, cuando estaban tumbado indolentemente sobre la hierba, al pie de un viejo árbol, observado de manera distraída el deambular de las nubes por el cielo.
      Me ha dicho mi madre- se refería a la "bruja"-, que en noches como la de hoy se puede conseguir lo que se desee.
      -Lo que se desee?- inquirió incrédulo el mozalbete.
      Lo que se desee! -insistió fantasiosa la niña, para preguntar inmediatamente-. Tú no deseas algo con todas tus ganas?
      -Sí, deseo...irme a América y ganar mucho dinero!
-soltó de manera espontánea el jovencito, iluminándosele extrañamente los ojos también a él-. Quiero ir a América y volver rico para...Para casarme contigo! se sintió rojo y avergonzado nada más decir esto, pero dicho estaba.
      Ella lo miró sorprendida, en realidad muy gratamente sorprendida, y susurró en voz muy bajita:
    Pues yo deseo que este momento no se acabe nunca, ser siempre como ahora, no tener preocupaciones y estar contigo aquí años y años y años...!
      Pero eso es imposible!- desechó el muchacho, volviendo a la realidad.
      -No lo es!- exclamó entonces ella, incorporándose de un brinco-. Ven, voy a revelarte un secreto muy grande, un secreto "muy importante"!
      Y, tomándolo de la mano, resueltamente lo condujo por entre la maleza hasta el pie de un roquedal, donde se acumulaban matorrales y zarzas. Los apartó con las manos, haciéndose algún que otro arañazo, hasta dejar al descubierto un pequeño orificio en la roca, evidentemente la entrada de una cueva. Era ya de noche y Lucero se le antojó extrañamente seria al muchacho, especialmente cuando le pidió:
      -Tienes que jurarme que lo que vas a ver y oír no se lo vas a contar nunca a nadie!
      Él la miró intrigado y confuso, apresurándose a decir, muy seguro de sí mismo:
           -Te lo juro!
      Entonces Lucero se metió en la cueva, andando en cuclillas, y le invitó a su compañero a seguirla. Cuando ambos estuvieron dentro se encontraron en una amplia sala con un estanque en medio, un estanque alimentado con el agua cristalina que brotaba de la roca y que corría formando una pequeña cascada por una de las paredes de la caverna. Curiosa y sorprendentemente, aquella estancia subterránea estaba iluminada por un resplandor oculto que parecía surgir de todas partes. Como Lucero reparase en la extrañeza de su amigo, le explicó:
      -Es la luz de la luna. Misterioso, no? Dice mi madre que esto sólo ocurre las noches de San Juan que coinciden con luna llena. Y hoy tenemos luna llena!
      El muchacho estaba alelado, sintiéndose observador excepcional de un fenómeno tan inexplicable como mágico.
      -Ahora viene lo más importante que te voy a decir. Esta cueva y este estanque tienen una virtud, un poder que ya nadie conoce...,salvo mi madre. Un poder muy especial!
      -Qué poder? -el interés del muchacho iba creciendo por momentos.
      -Hace eternamente joven a quien lo desee! No te gustaría ser siempre joven, siempre, siempre?
      El jovencito la miró incrédulo y desechó:
      -Pero eso no puede ser, es una fantasía!
      -No lo es! Basta con que una pareja se bañe en el estanque una noche como la de hoy y...Bueno, también ha de ocurrir otra cosa...
      Lucero había dicho esto último dubitativa, y él la animó a continuar inquiriendo con viveza:
      -Qué cosa?
      -Mientras esa pareja se baña, la chica debe perder su doncellez!
      El muchacho la miró atónito y escandalizado, apartándose de ella bruscamente. Ahora lo entendía todo: aquello era una encerrona de su amiga para seducirlo y hacerle pecar.
      -Tú estás loca, completamente loca! -bramó el muchacho.
      Aunque decepcionada y triste, ella insistió:
      -No lo estoy! Es completamente cierto. Ven, vamos a bañarnos...-y tendiéndole los brazos con anhelo, le suplicó-: Hazme tuya y no te arrepentirás, te lo prometo!
      El muchacho ya no quiso escuchar más y salió precipitadamente de la cueva. Luego corrió bosque a través, hasta dar con el senderillo que iluminaba  la luna llena desde lo alto del cielo. Y, corriendo y corriendo, sin detenerse un sólo instante, llegó a su casa jadeante, se tiró sobre su cama y rompió a llorar amargamente. Cuando su madre le preguntó qué le pasaba, él le respondió furibundo:
      -Quiero irme a América
  Y a América se fue, semanas más tarde, en compañía de un pariente lejano, cediendo su familia ante la insistencia pertinaz del chiquillo. Y en América pasó casi toda su vida.
      Impulsado por una curiosidad poderosa y repentina, el viejecito echó a andar hacia el roquedal. Existiría aún la cueva y el estanque? Iba tan absorto en sus pensamientos, que ni había reparado en que, desde hacía mucho rato, era observado atentamente por alguien, alguien que le venía siguiendo discretamente. De pronto el viejo se detuvo para inspeccionar el terreno, dudando qué dirección tomar. Fue al volverse para otear el umbroso horizonte, cuando descubrió a una persona inmóvil y sonriente detrás suyo, una niña, una chiquilla preciosa que lucía un vestidito que le pareció muy anticuado.
      -Quién eres tú? -le preguntó con sobresalto.
   Pero ella no respondió, limitándose a reír con cierto aire picaruelo. El viejo se fijó más detenidamente en la niña, reparando con sorpresa en su exagerado parecido con la Lucero que recordaba. Por eso, inquirió con la voz quebrada por la emoción:
      -Dime, pequeña, como se llama tu abuela!
      -Yo no tengo abuela, ni tampoco madre -respondió tranquilamente ella-, vivo con una mujer que, aunque es estupenda, todos llaman "la bruja"!- al decir esto último había sonreído encogiendo los hombros divertida.
      El viejo, que no salía de su asombro y parecía maravillado, susurró al fin con evidente tono de duda e incredulidad, aunque también con cierto deje de repentina alegría:
      -Lucero?
      -Sí- afirmó ella, ahora con gesto melancólico, aunque sin dejar de sonreír-, soy yo, la Lucero de entonces, la misma Lucero de siempre!
      Un montón de ideas confusas se agolparon repentinamente en la mente del viejo: Lucero se había bañado en el estanque de la cueva, una noche de San Juan que coincidía con plenilunio, y allí, alguien que él no conocía y que también sería todavía joven, o, mejor dicho, siempre joven, le había arrebatado su doncellez...El anciano se sintió desfallecer, sus piernas flaquearon y todo empezó a dar vueltas vertiginosamente alrededor suyo. Se apoyó como pudo en la rama baja de un árbol, pero finalmente se desplomó, quedándose, primero sentado al pie del árbol, con la espalda apoyada en el tronco, para luego, poco a poco, ir deslizándose sobre la hierba...,como en otro tiempo!, y quedar tumbado cuan largo era. La niña, Lucero, se sentó junto a él, le levantó la cabeza con delicadeza, la apoyó en su regazo y, mientras acariciaba con toda la ternura del mundo aquel rostro arrugadísimo por el paso del tiempo, suspiró:
      -Tenías que haberte bañado conmigo aquella noche, tenías que haberte bañado...!
     Pero el viejecito no pudo oír esto último, pues, agotado por sus muchos años y lo enorme de las emociones recibidas, su corazón acababa de dejar de latir para siempre.
       FIN.

                                                         ******
Esperando que os haya gustado está bonita y tierna leyenda, os deseo que tengáis una muy buena semana. Os espero la siguiente! Esté saludo para tod@s vosotr@s. Gracias por estar ahí.

lunes, 18 de abril de 2016

Una leyenda mágica de España. "LA ABADÍA DE CARUCEDO". Juan Garcia atienza.

      Si tomamos el camino que conduce a Orense desde Ponferrada, a pocos kilómetros de esta localidad y junto al paraje minero de las Médulas, que explotaron los romanos, se encuentra la laguna de Carucedo, ocupando el mismo lugar en el que, según una leyenda popular leonesa, se levantaba en los más oscuros tiempos medievales una de las abadías más importantes del territorio cristiano peninsular. Las crónicas ni siquiera la consignan, pero dice el pueblo que los buenos monjes de aquel cenobio llegaron a constituir el auténtico espíritu de la comarca y que todos los habitantes del contorno los conocían y respetaban, no tanto por sus virtudes cristianas, que eran muchas, como por su aportación espiritual y material al progreso de aquella tierra, que se volvió fértil gracias a las obras de riego emprendidas en los ríos y arroyos vecinos por aquellos cenobitas, que sólo se dedicaban a sembrar el bien en torno suyo, ayudando a los pobres, enseñando a los campesinos y procurando por la salvación, tanto de sus almas como de sus estómagos.
      En una ocasión, los monjes llegaron a rizar el rizo de su espíritu compasivo acogiendo entre ellos a un niño cuyos padres habían muerto trágicamente al traerlo al mundo. El niño creció entre los cenobitas y todos ellos lo consideraron como el hijo añorado que  sus votos les impedía engendrar. Pero nunca, ni de niño ni pasados los años y entrado en la edad adulta, le presionaron para que se hiciera monje como ellos. El muchacho, por su parte, les correspondía aportándoles todo su cariño, pero le tiraba más la vida de este mundo y el estado de emparejamiento al que se sienten destinados casi todos los humanos.
      Su meta inmediata, llegado el instante del despertar de la vida, fue casarse con la hija de unos buenos campesinos que vivían en las cercanías de la abadía. Y en todo momento, tanto los monjes como los padres de la muchacha vieron con buenos ojos aquel proyecto. Pero sucedió que no todo era agua de rosas en aquel dulce y tranquilo discurrir de la vida en la aldea que se había acogido a la protección de los monjes. Y el motivo fue que el noble propietario del cercano castillo de Cornatel, cuyas ruinas aún se alzan como sombras fantasmales por aquellos parajes, se fijó un mal día en la muchacha y, como señor que era de horca y cuchillo en ejercicio, concibió el deseo de llevársela consigo y hacerla suya, por las buenas o por las bravas, aún contando con que habría de despertar la protesta de todos: monjes, padres, prometido y la totalidad del pueblo. Y, naturalmente, sin contar tampoco con el consentimiento de la muchacha misma, a la que sabía enamorada del ahijado de los monjes. La cólera del muchacho fue la más peligrosa, porque, al darse cuenta de las intenciones del castellano, se juró a sí mismo que el señor tendría que pasar sobre su propio cadáver antes de salirse con la suya.
      Y así sucedió que, un buen día, mientras cazaba por los alrededores de aquellos parajes monásticos, el noble señor de Cornatel fue alevosamente atacado por alguien que lo asesinó a sangre fría y que dejó abandonado su cadáver en la zona agreste del paraje de las Médulas, hasta que por fin fue encontrado por sus servidores, que habían salido en su búsqueda al comprobar al cabo de tres días su más que sospechosa ausencia. Y como sucedió, al mismo tiempo, que el muchacho enamorado desapareció por entonces de la abadía sin dejar el menor rastro, las sospechas de todos recayeron sobre su persona, en la creencia colectiva de que, sin duda, había sido él el asesino del caballero.
      Pasaron largos años, durante los cuales el muchacho se convirtió en un hombre hecho y derecho muy lejos del lugar donde había discurrido su infancia y se habían roto sus ilusiones. Parece que combatió a los moros a las órdenes directas del rey de León. Pero en su ausencia nunca dejó de recordar aquellos tiempos de su pasado y un día, muchos años después, regresó a aquellos parajes dispuesto a recuperar sus ilusiones perdidas.
      Lo primero que hizo al llegar fue buscar discretamente a su amada, sin darse a conocer de nadie, pero tampoco nadie, ni campesino ni monje supo darle razón de su paradero. Todo lo más que pudo averiguar fue que un mal día se había marchado de allí acompañada de sus padres. Convencido finalmente de que no volvería a verla, rotas definitivamente sus más íntimas ilusiones, se acercó al monasterio y, sin ser tampoco reconocido por los monjes, solicitó profesar como religioso. Sometido a las correspondientes pruebas devotas y comprobada su sinceridad, fue admitido de buen grado en el seno de la comunidad. Allí dio muestras de un auténtico fervor religioso y de una profunda sabiduría, y en pocos años, gracias a su inteligencia y a sus virtudes, se ganó el respeto y la confianza de todos y llegó a convertirse en abad del cenobio.
      Su vida transcurría plácida y tranquila, entregado como estaba a la piedad, al trabajo y a las buenas obras. Nada importante llegó nunca a turbar la paz del lugar, hasta que cierta noche llegaron al monasterio unos labradores atemorizados por la presencia de una criatura fantasmal que no sabían explicar si era una fiera o una aparición procedente del infierno. El abad, convencido de que aquellos campesinos se habían confundido en sus miedos, se prestó acompañarlos en persona para ahuyentar con oraciones cualquier peligro que pudiera rondar por las cercanías. Se adentraron todos por el laberinto de las Médulas, la antigua mina romana, y muy pronto atisbaron, en la oscuridad, la figura retorcida de una mujer a la que los campesinos confundieron con una bruja que habría venido a entregarles a todos a las iras del mismísimo demonio. Todos echaron a correr aterrados ante aquella aparición. El abad, sin embargo, adivinó algo instintivamente. En un arranque de intuición supo quién podía ser aquel ente fantasmal, que no era otro que la dulce prometida a la que había tenido que abandonar tantos años atrás, después de librarla de las garras del lujurioso señor de Cornatel. Ahora, la muchacha era un horrible fantasma de lo que fue, vestía como una penitente y, sometida a las abstinencias y a la soledad extrema de los montes, que ella misma se había impuesto, casi había llegado a perder la razón. Sin embargo, al ver acercarse al abad, reconoció también en él al amado que la abandonó. Y ambos, resucitada milagrosa y repentinamente la pasión que creían haber perdido y sin poder contener la alegría de aquel reencuentro, se confundieron en un apasionado abrazo en el que ni  siquiera supieron ver el terrible pecado que estaban cometiendo, al olvidar la ley establecida por Dios y romper los votos que cada cual, por su cuenta, se había comprometido a cumplir.
      Con la loca alegría de su reencuentro, a punto estaban de ver realizado aquel amor contenido durante tantos años cuando se levantó de súbito un viento terrible, sonaron espantosos truenos que no venían del cielo, sino del interior mismo de la tierra, surgió una llamarada como el estallido de un volcán en lo alto de la montaña y, partiéndose las rocas en mil pedazos, brotó una impresionante catarata que, en pocos minutos y sin respetar vidas ni haciendas, anegó de agua todo el valle, convirtiendo en poco tiempo aquel lugar en un gran lago en cuyo fondo quedó presa la abadía y enterrados en el barro todos los que vivían en las cercanías.
      Cuando las aguas se calmaron y el barro se sedimentó, quedaba para siempre en aquel lugar sólo el recuerdo de lo que había sido. El lago se volvió transparente y silenciosa tumba de toda la vida que había latido en el valle. Y todos los aniversarios del desastre sonaron, desde el fondo de las aguas, las campanas del monasterio, que no se sabe si clamaban por el pecado que cometió su abad o celebraban el reencuentro de los dos amantes que provocaron aquel desastre sin siquiera quererlo.
      FIN.
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      Dice Gaston Bachelard ( La terre et les reveries de la Volonté, 1948) que el lago simboliza el ojo que ha llorado demasiado, señalando con ello que refleja ese anhelado e  imposible contacto del ser humano con la siempre buscada trascendencia. Y los celtas creían a pies juntillas que los lagos y las lagunas, e incluso las humildes charcas que se secan en los veranos ardientes, eran deidades adscritas a la tierra o lugares que servían de morada a los dioses de las aguas, los que luego harían suyos los arroyos y hasta los mares, por eso arrojaban en sus profundidades ofrendas valiosas y hasta, eventualmente, los trofeos conquistados en sus empresas guerreras.

      Siempre gracias por estar ahí, y que tengáis una muy buena semana. Hasta la que viene!

miércoles, 13 de abril de 2016

LA LUNA EN UN CUBO VIEJO. "Autor, Henri Brunel".

El Satori, el Despertar a la consciencia de Buddha, la Iluminación, según las doctrinas del Zen, surge durante un acontecimiento inesperado, una casualidad, una circunstancia o coincidencia favorable, para las mentes preparadas para acogerlo. Como el ladrón en la "casa vacía": el alma desembarazada de su "ego".
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      Una monja estudiaba el Zen, día tras día, desde hacía treinta y tres años. Había entrado en un monasterio como joven novicia a los diecisiete años. Tenía ahora cincuenta. Su vida de fertilidad había terminado. No sentía amargura por ello. Se dedicaba a las ocupaciones cotidianas con paciencia y buen talante. Preparaba el arroz o la cebada, iba mañana y tarde a buscar agua al pozo que había a unos cien metros. A veces la visitaba una nube de melancolía, pero ella la apartaba. Ponía en práctica el zazen con regularidad, meditaba, estudiaba los escritos de los grandes maestros del pasado. Pero nunca había conocido el Satori, la paz inimaginable, que inunda bruscamente el alma asombrada, la risa, la gran risa del Despertar.
      Un atardecer, volvía del pozo cuando caía la noche. Observó sin pensar en ello el reflejo de la luna en el agua del cubo. Era un cubo viejo, cuyo fondo había reparado ella con bambú trenzado. Y de repente cedió la compostura y el agua se escapó, y al instante desapareció también la luna con el agua del viejo cubo. En aquel preciso instante, ella conoció el Satori. Fue libre.
      FIN.

      Gracias por estar ahí, y que todo lo que os mando os elevé el espíritu, que paséis una muy buena semana, quedamos para la que viene?

TODO EL CIELO ME PERTENECE. "Anthony de Mello".

 LA CODICIA DE TENERLO TODO TE IMPEDIRÁ GOZAR DE TODO.

        Una vez volaba un cuervo por el cielo llevando en su pico un trozo de carne.
          Otros veinte cuervos se pusieron a perseguirlo y lo atacaron sin piedad.
      El cuervo tuvo que acabar por soltar su presa. Entonces, los que lo perseguían lo dejaron en paz y corrieron graznando, en pos del trozo de carne.
      Y se dijo el cuervo: "Qué tranquilidad...! Ahora, todo el cielo me pertenece."
             FIN.
      Muy buenos días, hoy también es un bonito día para Ti. Aprende a vivir la vida a cada momento.

lunes, 4 de abril de 2016

LA TÚNICA DE LUZ "Autor: Henri Brunel".

      Había una vez un pobre pescador llamado Hakyu Ryu, que encontraba muy pocos peces y que subsistía a duras penas. Vivía solo -pues no tenía bastante dinero para casarse - en una mísera cabaña situada cerca de un hermoso pinar al pie del monte Fuji Yama, cuya cumbre está cubierta de nieves eternas. Ante su puerta se extendía una larga playa de arena blanca, y contemplaba hasta el horizonte el azul deslumbrante del océano Pacífico. Hakyu apreciaba aquel paisaje encantador, y soñaba a menudo. Eso lo ayudaba a vivir.
      Una mañana de primavera, estaba atravesando el pinar cuando de pronto vio colgada de una rama una túnica magnífica, estaba hecha de ligeras plumas plateadas y doradas, el paño parecía tejido de luz, y Hakyu quedó como aturdido al verla. Tentado, vaciló, echó una ojeada por los alrededores. Estaba solo. Cogió la túnica, se la llevó a su cabaña, y la escondió bajo una pila de leña. Aquella noche, en su tatami, antes de caer en el sueño, calculó  los beneficios que le procuraría su latrocinio.
"Mañana iré al mercado, venderé esa túnica a buen precio, compraré redes nuevas y fuertes, quizás una barca, y así pescaré mucho, me haré rico, y entonces me casaré..."Con estas visiones maravillosas, se quedó dormido.
      Durante la noche, tuvo un sueño. Se le apareció una muchacha muy hermosa: "Soy un ángel -le dijo-, vengo de los cielos para visitar el mundo. Pero me habéis quitado la túnica. Os suplico que me la devolváis!"
      Hakyu la interrumpió: "No entiendo lo que decís, yo no os he quitado vuestra túnica, nunca la he visto! Pero, puesto que estáis en mi casa a estas horas de la noche, venid y compartir la cama conmigo". Y llevado por un brusco deseo, la abrazó y quiso besarla. Entonces despertó. Aquel sueño le dejó en la boca un sabor amargo, y sintió vergüenza. "Cómo! -se dijo-, robo una túnica magnífica, le digo una mentira a la muchacha a quien pertenece, y quiero obligarla a acostarse conmigo". Se acordó de un maestro zen cuyas enseñanzas había seguido él en su juventud: "No tendrás paz ni felicidad si no practicas la justicia, si te apartas de la verdad, si no sientes compasión". Hakyu decidió entonces buscar a la muchacha por todas partes y no descansar hasta haberle devuelto la túnica de luz.

      A la mañana siguiente, muy temprano, se fue a la playa y escrutó el horizonte, pero en vano. Se acercó al pinar, y allí, bajo un árbol, vio a la muchacha de su sueño, que estaba llorando. Le devolvió la túnica. Ella le dio las gracias con mucha alegría y muy efusivamente. Cuando se puso la túnica de luz, se transformó y se convirtió en un ángel que ascendió suavemente a los cielos danzando con gracia inaudita.
      El teatro No representa a menudo aquella danza del ángel. Es un espectáculo extraordinario, uno de los más hermosos que se puedan imaginar. Hakyu fue el primero en haberlo visto, y cayó en éxtasis. Regresó a su cabaña, y los días siguientes pescó tanto pescado como podían contener sus redes. Se casó, tuvo muchos hijos, y todos vivieron felices durante mucho, mucho tiempo.
       
      FIN.
                                                         ******

      Es un cuento zen? un cuento de hadas? La moraleja parece clásica, y podría expresarse así: "La sinceridad, la equidad y la compasión son virtudes recompensadas. No hay que robar". Pero este cuento nos dice otra cosa más, simbolizada por la túnica de luz, que es lo único que permite acceder al cielo y que magnifica toda realidad. Que cada cuál siga aquí el silencio y su propia intuición.
                                                         ******

                           "Maestro, qué alta brilla la luna clara y apacible!
                          -Sí, está muy lejos!
                          -Maestro, ayudadme a elevarme hasta ella.
                          -Para qué? No viene ella a ti?".


Muchas gracias por estar ahí, os deseo que paséis una muy buena semana y quedamos para la siguiente, un abrazo.

domingo, 3 de abril de 2016

BUENAS INTENCIONES. "Autor: Idries Shah".

     LO QUE SE NECESITA EN LA VIDA NO ES CAMBIAR.

     ES COMPRENDER. CUANDO NOS COMPRENDEMOS

A NOSOTROS MISMOS, PODEMOS COMPRENDER A LOS DEMÁS.
                                               ******

      Nasrudín prestó algo de dinero a su vecino. Incapaz de pagar la deuda, el hombre le dio una vaca. Comprendiendo que había salido muy beneficiado con el cambio, Nasrudín decidió dar al otro hombre el primer cuenco de nata.
      Al día siguiente, llamó a su puerta.
      Al vecino se le hacía tarde para ir al mercado y dijo a Nasrudín que volviera en otro momento. Cuando el mulá trató de darle la nata, se enfadó.
      -No ves que ya tengo bastantes problemas vendiendo mis propias mercancías para que me pidas que venda también las tuyas? Lárgate o azuzaré los perros contra ti!
      Aquella misma noche, fue a disculparse por su mal genio de la mañana.
      -Si sigues teniendo interés en que venda tu nata, lo haré mañana.
      -Esta mañana- dijo Nasrudín-, quise darte la nata como regalo, pero tus perros han ahuyentado de mí las buenas intenciones. Ahora, mi corazón está tan vacío como el cuenco.
      FIN.

      Como decía Anthony de Mello, los cuentos y las historias deben ser contados. Os deseo un buen principio de semana, hasta dentro de un rato.