Ryonen, cuyo nombre significa "clara comprensión", era una muchacha adornada con todas las gracias. Con su blanca tez anacarada, su espesa cabellera dispuesta en un pesado moño en la frágil nuca y sus ojos profundos como un lago, era elegante y fina, y su compostura era perfecta. Ryonen pertenecía a una noble familia de guerreros samuráis, poseía un gran talento como música y también estaba dotada para la pintura y la poesía. La emperatriz se fijó en ella entre todas las damas de palacio y la hizo entrar en su círculo íntimo. Ryonen tenía entonces diecisiete años, y esta historia tenía lugar hacia el año 1700, en el período Edo, durante el shogunato de Togugawa Yoshimune, cuyo sabio gobierno proporcionó al Japón un largo ciclo de paz y prosperidad.
Ryonen no se contentaba con ser maravillosamente bella, sino que unía a las cualidades del espíritu las del corazón, y todo el mundo, desde la más noble dama hasta la menor sirvienta, la amaba. Por eso la sorpresa y la consternación fueron unánimes cuando anunció que deseaba retirarse a un monasterio para estudiar el Zen. Su familia, alertada, se negó rotundamente. Ryonen insistió. Se llegó a un compromiso. Primero Ryonen tenía que casarse y tener tres hijos, entre ellos un varón para asegurar la continuidad del linaje. Después, si todavía lo deseaba, tendría libertad para afeitarse la cabeza e ir a mendigar su alimento por los caminos con una escudilla de arroz en la mano, o para ir a esconder su belleza en un templo zen. Ryonen respetaba a su familia y a sus antepasados, y se inclinó. Y la vida siguió su curso apacible. Su familia, tranquilizada, pensaba que habría olvidado completamente su capricho. A la edad de diecinueve años, Ryonen se casó con un gran señor en medio de fastos extraordinarios. Le dio dos hijas, que prometían ser tan gentiles como su madre, y un niño sólido y tranquilo, el pequeño Oshiba.
Pues bien, una mañana, Ryonen declaró a su estupefacta familia que debía abandonarles para seguir su destino. Deseaba retirarse a un templo zen y servir en calidad de monja. Ni sus padres, ni su esposo, ni sus hijos pudieron disuadirla. Ryonen se fue. A los veintiséis años su belleza seguía siendo esplendorosa, y la maternidad la había vuelto aún más bella. Cuando se presentó en el templo de Edo y pidió al maestro zen Tetsugyu que la aceptara como discípula, éste, después de mirarla largo tiempo, le dijo:
-Ryonen, eres demasiado bella, tu cabellera es demasiado espesa y brillante, tus ojos son lagos oscuros llenos de sortilegios. Serías una ocasión de desorden y perturbación en nuestra comunidad. No puedo admitirte.
Entonces Ryonen se afeitó la cabeza, se deshizo de todas sus joyas e incluso de un brazalete que llevaba en el tobillo desde su infancia, se puso un vestido de pobre y se presentó ante el maestro zen Hakuo, en un templo desconocido alejado de la capital. El maestro la miró largamente y le dijo:
-Ryonen, veo tu cabeza afeitada y tu vestido miserable, por tus palabras adivino la sabiduría de tu corazón y presiento tus virtudes, pero eres demasiado bella, el nácar de tus mejillas haría perder la cabeza a mis discípulos más jóvenes, e incluso los de más edad verían su meditación perturbada. No puedo admitirte.
Entonces Ryonen partió por los caminos, meditando en su corazón. Una mañana, al pasar junto al puesto de un vendedor de buñuelos, agarró de pronto la saltén ardiente, se la aplicó a la mejilla derecha y la mantuvo el tiempo suficiente para infligirse una herida monstruosa. En unos instantes, su belleza excepcional desapareció para siempre.
FIN.
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Cortad esa cebada de delante de la ventana!
Quiero volver a ver
Las montañas lejanas.
Buson (1715-17830)
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El Zen nos enseña que somos de este mundo, pero que no hay que dejarse encerrar en él y que hay que apartar todo obstáculo. Pues vivimos en una casa abierta, cuyas puertas un "soplo" apenas perceptible hace golpear poco a poco hasta el infinito, hasta las "Montañas lejanas".
Os deseo una muy buena semana y desde aquí un abrazo para tod@s, gracias por seguirme.
lunes, 23 de mayo de 2016
domingo, 22 de mayo de 2016
LA BÚSQUEDA DE LA SABIDURÍA. " Anthony de Mello".
ES IMPORTANTE VER CON EL CORAZÓN Y LA MENTE.
Un día, Buda estaba sentado con todos sus discípulos en círculo, cuando apareció un anciano y dijo:- Cuanto tiempo quieres vivir? Pide un millón de años y te serán dados!
Buda respondió sin dudar:- Ocho años!
Cuando el anciano desapareció, sus discípulos, desconcertados, preguntaron: -Maestro, por qué no pidió un millón de años? Piense en el bien que haría a centenares de generaciones!
Y Buda respondió con una sonrisa: -Si yo viviese un millón de años, las personas se volverían más interesadas en prolongar sus vidas que en buscar la sabiduría.
FIN.
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Buenos y feliz día para tod@s.
Un día, Buda estaba sentado con todos sus discípulos en círculo, cuando apareció un anciano y dijo:- Cuanto tiempo quieres vivir? Pide un millón de años y te serán dados!
Buda respondió sin dudar:- Ocho años!
Cuando el anciano desapareció, sus discípulos, desconcertados, preguntaron: -Maestro, por qué no pidió un millón de años? Piense en el bien que haría a centenares de generaciones!
Y Buda respondió con una sonrisa: -Si yo viviese un millón de años, las personas se volverían más interesadas en prolongar sus vidas que en buscar la sabiduría.
FIN.
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Buenos y feliz día para tod@s.
lunes, 16 de mayo de 2016
CÓMO SE LEVANTÓ EL ACUEDUCTO DE SEGOVIA. "Por Juan García Atienza".
Los misterios que rodean a un determinado monumento, sobre todo cuando plantean problemas de construcción que superan el entendimiento del pueblo, suelen derivar en leyendas que resuelven sus orígenes en clave prodigiosa, justificando el misterio a través de motivos sobrehumanos. Emblemática en este sentido es la que narra cómo y por qué se levantó el acueducto romano de Segovia, una de las obras más importantes que quedan en España de la época imperial.
Cuentan que en lo alto de la ciudad, en una de las mansiones que miran a vista de pájaro hacia la plaza del Azoguejo, vivía en tiempos remotos un importante patricio rodeado de criados, entre los cuales servía una muchacha que tenía como misión diaria la de traer agua de mesa para la mansión. Cada día tenía que bajar y subir las largas cuestas y atravesar la plaza, recoger dos cántaras de agua del lejano manantial y regresar cargada con ellas. Poco a poco, a lo largo de días y más días de repetir la misma faena, la muchacha se había ido agotando de cansancio, hasta que llegó un momento en que sintió que las fuerzas habrían de fallarle y le sería imposible seguir cumpliendo con su tarea. Sin poder elegir entre la perspectiva de perder el empleo o la de morir agotada, se dejó caer una tarde al borde de la cuesta y, desesperada por su suerte, invocó al diablo, prometiendo entregarse a él si le echaba una mano para ayudarla.
Naturalmente, como suele suceder en estos casos, salió de la tierra una llamarada y el diablo en persona se presentó inmediatamente ante ella, vestido de tal modo que no ofrecía dudas a la que la había invocado. Venía dispuesto a firmar el pacto que la muchacha le acababa de proponer con el pensamiento y, feliz de poder encontrar una víctima tan joven y tierna, le prometió que en una sola noche haría llegar el agua hasta el borde de la casa de su señor, pero ella, a cambio, le haría allí mismo donación de su alma, mediante la aceptación de las condiciones expuestas en un pergamino que habría de firmar con su propia sangre. La muchacha, que era humilde, pero en ningún caso tonta, reaccionó sagaz y, al tiempo que firmaba como el diablo le había dicho, impuso a su vez otra condición que hizo añadir a las cláusulas estipuladas: que fuera cual fuese la manera que el diablo empleara para cumplir su parte del pacto, la tarea estaría terminada antes de la salida del sol, que era cuando ella debía emprender su primera marcha hacia el manantial. El diablo ni siquiera dudó, convencido como estaba de que otros mil diablos habrían de acudir en su ayuda. Y aceptó la condición sin rechistar ni un segundo.
Caída la noche, cuando toda la población de Segovia se había acostado, se desencadenó una tormenta terrible. Al menos eso creyeron todos los segovianos a pies juntillas, aunque, en realidad, aquel apocalipsis de rayos y centellas estaba siendo provocado por un auténtico ejército de diablos y hordas enteras de titánes, cíclopes y trasgos que, bajo la dirección del Maligno, se habían puesto a la tarea de reventar canteras, tallar piedras, cavar zanjas y levantar a toda prisa las impresionantes pilastras de piedra que, sin cal ni mortero, formarían las filas de arcos sobre los cuales pasaría la acequia que habría de traer el agua desde el lejano arroyo Acebeda.
La joven sirvienta, qué era la única que conocía la razón de aquel tumulto tempestario y no había podido conciliar el sueño, miraba desde su ventana cómo la obra avanzaba diabólicamente rápida y cómo, si todo aquello llegaba a buen fin, según parecía, su alma estaría definitivamente perdida al amanecer. Asustada y arrepentida ya de su pacto, comenzó a rogar a los cielos para que viniera alguien en su ayuda, pero el cielo sólo respondía con silencio administrativo y nadie se dignaba escucharla. La plaza del Azoguejo se iba viendo ya coronada con la impresionante perspectiva de la titánica obra de piedra que los demonios estaban terminando de levantar y el diablo en persona, dando órdenes y profiriendo gritos de mando, colaboraba en aquel sarao trayendo por los aires las piedras más pesadas como si fueran plumas y colocándolas con toda exactitud en los lugares más precisos. Las horas pasaban y el monumental acueducto estaba casi concluido. En realidad, apenas faltaba colocar una piedra en la pilastra central que remataría aquella obra que, de haber sido levantada por seres humanos, habría tardado muchos años en verse concluida.
Y ya venía el diablo cargado con aquella última piedra desde la lejana cantera serrana cuando, de pronto, cantó el gallo del amanecer. El Maligno se detuvo en el aire apenas un segundo, sorprendido por aquella llamada que le pareció cantada a destiempo, porque todavía parecía noche cerrada. Pero ese segundo bastó y, cuando el señor de los infiernos aún no había alcanzado el lugar donde tenía que depositar su piedra, el primer rayo de sol asomó por el horizonte. Había perdido su apuesta.
Cuando los vecinos de Segovia se levantaron aquella mañana, vieron el monumento terminado ya en su sitio y nadie acertó a adivinar por qué estaba allí y quién lo había construido. Sólo la joven sirvienta, asustada aún por el destino fatal que a punto estuvo de cumplirse, corrió a la catedral y le contó al primer sacerdote que encontró en el camino todo cuanto había sucedido, punto por punto. Y muy pronto, la ciudad entera supo de aquel prodigio infernal. Y, en acción de gracias por el milagro que impidió su remate, llevaron en procesión hasta el acueducto una imagen de Nuestra Señora y otra de San Esteban protomártir, que era entonces el patrón de los monederos segovianos, y colocaron ambas una a cada lado del hueco que dejó la piedra que el diablo no tuvo oportunidad de colocar para rematar completamente su obra titánica. Y allí siguen las imágenes, protegiendo el diabólico acueducto que, desde aquel instante, cumplió con toda propiedad con su tarea de traer hasta la ciudad el agua que tanta falta le hacía, ahorrando el trabajo de tantos aguadores que, lo mismo que la muchacha de la historia, pudieron desde entonces cumplir con su tarea de forma más llevadera. En cuanto al diablo, hay quien dice que se le ve algunas noches, sentado en lo alto del acueducto, mirando a sus pies sin comprender todavía qué le pudo hacer fallar en su sano propósito de llevarse un alma más a los infiernos.
FIN.
******
El pasado nos reserva a veces sorpresas que nos resultan difícilmente comprensibles, porque no parecen concordar con los esquemas mentales que ordenan la Historia y suelen regir nuestro comportamiento. Es entonces cuando germinan las leyendas, como explicación mítica y arracional de circunstancias que nuestra razón no alcanza a captar plenamente. En cierto modo, éste es también el motivo por el que nació, ya en tiempos remotos, la leyenda del célebre acueducto romano de Segovia, en la que vemos cómo un monumento tan impresionante como éste fue supuestamente levantado apenas para otras cosa que para ayudar en su trabajo a cierta personilla de baja condición y carente de importancia en el contexto social de un determinado colectivo.
Esperando os haya gustado y daros como siempre las gracias me despido con un abrazo y hasta la semana que viene, Una muy buena semana para tod@s.
Cuentan que en lo alto de la ciudad, en una de las mansiones que miran a vista de pájaro hacia la plaza del Azoguejo, vivía en tiempos remotos un importante patricio rodeado de criados, entre los cuales servía una muchacha que tenía como misión diaria la de traer agua de mesa para la mansión. Cada día tenía que bajar y subir las largas cuestas y atravesar la plaza, recoger dos cántaras de agua del lejano manantial y regresar cargada con ellas. Poco a poco, a lo largo de días y más días de repetir la misma faena, la muchacha se había ido agotando de cansancio, hasta que llegó un momento en que sintió que las fuerzas habrían de fallarle y le sería imposible seguir cumpliendo con su tarea. Sin poder elegir entre la perspectiva de perder el empleo o la de morir agotada, se dejó caer una tarde al borde de la cuesta y, desesperada por su suerte, invocó al diablo, prometiendo entregarse a él si le echaba una mano para ayudarla.
Naturalmente, como suele suceder en estos casos, salió de la tierra una llamarada y el diablo en persona se presentó inmediatamente ante ella, vestido de tal modo que no ofrecía dudas a la que la había invocado. Venía dispuesto a firmar el pacto que la muchacha le acababa de proponer con el pensamiento y, feliz de poder encontrar una víctima tan joven y tierna, le prometió que en una sola noche haría llegar el agua hasta el borde de la casa de su señor, pero ella, a cambio, le haría allí mismo donación de su alma, mediante la aceptación de las condiciones expuestas en un pergamino que habría de firmar con su propia sangre. La muchacha, que era humilde, pero en ningún caso tonta, reaccionó sagaz y, al tiempo que firmaba como el diablo le había dicho, impuso a su vez otra condición que hizo añadir a las cláusulas estipuladas: que fuera cual fuese la manera que el diablo empleara para cumplir su parte del pacto, la tarea estaría terminada antes de la salida del sol, que era cuando ella debía emprender su primera marcha hacia el manantial. El diablo ni siquiera dudó, convencido como estaba de que otros mil diablos habrían de acudir en su ayuda. Y aceptó la condición sin rechistar ni un segundo.
Caída la noche, cuando toda la población de Segovia se había acostado, se desencadenó una tormenta terrible. Al menos eso creyeron todos los segovianos a pies juntillas, aunque, en realidad, aquel apocalipsis de rayos y centellas estaba siendo provocado por un auténtico ejército de diablos y hordas enteras de titánes, cíclopes y trasgos que, bajo la dirección del Maligno, se habían puesto a la tarea de reventar canteras, tallar piedras, cavar zanjas y levantar a toda prisa las impresionantes pilastras de piedra que, sin cal ni mortero, formarían las filas de arcos sobre los cuales pasaría la acequia que habría de traer el agua desde el lejano arroyo Acebeda.
La joven sirvienta, qué era la única que conocía la razón de aquel tumulto tempestario y no había podido conciliar el sueño, miraba desde su ventana cómo la obra avanzaba diabólicamente rápida y cómo, si todo aquello llegaba a buen fin, según parecía, su alma estaría definitivamente perdida al amanecer. Asustada y arrepentida ya de su pacto, comenzó a rogar a los cielos para que viniera alguien en su ayuda, pero el cielo sólo respondía con silencio administrativo y nadie se dignaba escucharla. La plaza del Azoguejo se iba viendo ya coronada con la impresionante perspectiva de la titánica obra de piedra que los demonios estaban terminando de levantar y el diablo en persona, dando órdenes y profiriendo gritos de mando, colaboraba en aquel sarao trayendo por los aires las piedras más pesadas como si fueran plumas y colocándolas con toda exactitud en los lugares más precisos. Las horas pasaban y el monumental acueducto estaba casi concluido. En realidad, apenas faltaba colocar una piedra en la pilastra central que remataría aquella obra que, de haber sido levantada por seres humanos, habría tardado muchos años en verse concluida.
Y ya venía el diablo cargado con aquella última piedra desde la lejana cantera serrana cuando, de pronto, cantó el gallo del amanecer. El Maligno se detuvo en el aire apenas un segundo, sorprendido por aquella llamada que le pareció cantada a destiempo, porque todavía parecía noche cerrada. Pero ese segundo bastó y, cuando el señor de los infiernos aún no había alcanzado el lugar donde tenía que depositar su piedra, el primer rayo de sol asomó por el horizonte. Había perdido su apuesta.
Cuando los vecinos de Segovia se levantaron aquella mañana, vieron el monumento terminado ya en su sitio y nadie acertó a adivinar por qué estaba allí y quién lo había construido. Sólo la joven sirvienta, asustada aún por el destino fatal que a punto estuvo de cumplirse, corrió a la catedral y le contó al primer sacerdote que encontró en el camino todo cuanto había sucedido, punto por punto. Y muy pronto, la ciudad entera supo de aquel prodigio infernal. Y, en acción de gracias por el milagro que impidió su remate, llevaron en procesión hasta el acueducto una imagen de Nuestra Señora y otra de San Esteban protomártir, que era entonces el patrón de los monederos segovianos, y colocaron ambas una a cada lado del hueco que dejó la piedra que el diablo no tuvo oportunidad de colocar para rematar completamente su obra titánica. Y allí siguen las imágenes, protegiendo el diabólico acueducto que, desde aquel instante, cumplió con toda propiedad con su tarea de traer hasta la ciudad el agua que tanta falta le hacía, ahorrando el trabajo de tantos aguadores que, lo mismo que la muchacha de la historia, pudieron desde entonces cumplir con su tarea de forma más llevadera. En cuanto al diablo, hay quien dice que se le ve algunas noches, sentado en lo alto del acueducto, mirando a sus pies sin comprender todavía qué le pudo hacer fallar en su sano propósito de llevarse un alma más a los infiernos.
FIN.
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El pasado nos reserva a veces sorpresas que nos resultan difícilmente comprensibles, porque no parecen concordar con los esquemas mentales que ordenan la Historia y suelen regir nuestro comportamiento. Es entonces cuando germinan las leyendas, como explicación mítica y arracional de circunstancias que nuestra razón no alcanza a captar plenamente. En cierto modo, éste es también el motivo por el que nació, ya en tiempos remotos, la leyenda del célebre acueducto romano de Segovia, en la que vemos cómo un monumento tan impresionante como éste fue supuestamente levantado apenas para otras cosa que para ayudar en su trabajo a cierta personilla de baja condición y carente de importancia en el contexto social de un determinado colectivo.
Esperando os haya gustado y daros como siempre las gracias me despido con un abrazo y hasta la semana que viene, Una muy buena semana para tod@s.
domingo, 15 de mayo de 2016
CORAZONES DIFERENTES. "Autor, Idries Shah".
En cierta ocasión, Nasrudín estuvo empleado como cocinero. Un día, su amo le mandó al mercado a comprar los ingredientes para un gran banquete que se iba a ofrecer aquella noche a unos invitados importantes.
Llegada la hora de la cena y presentada la comida, los nobles comensales se sintieron disgustados al comprobar que todos los platos estaban hechos con corazón de oveja.
-Te dije que preparases un banquete con los manjares más exquisitos, los productos alimenticios más dulces y agradables para estos honorables invitados.
-Señor- replicó Nasrudín-, qué puede ser más dulce y agradable que el corazón?. Ése es órgano que alberga el amor, la compasión, la generosidad y la misericordia.
Dejando de lado su explicación, el amo le ordenó que volviera a la cocina
-Vuelve con algo menos puro pero más decadente e indulgente!
Pasó una hora, luego dos, y los invitados, hambrientos, empezaron a impacientarse. Finalmente reapareció el cocinero con la comida de repuesto. Pero vieron horrorizados que, de nuevo, en los platos se amontonaban enormes corazones de oveja. El anfitrión y sus ofendidos invitados pidieron una explicación.
-Señor-dijo el cocinero-, esta vez me pedisteis que trajera platos indulgentes y decadentes de naturaleza menos pura. Qué puede haber más indulgente que un corazón que trata de servirse sólo a sí mismo? O más decadente que un corazón que sólo busca placer?.
FIN.
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Buenos y felices días tengáis tod@s,Un abrazo.
Llegada la hora de la cena y presentada la comida, los nobles comensales se sintieron disgustados al comprobar que todos los platos estaban hechos con corazón de oveja.
-Te dije que preparases un banquete con los manjares más exquisitos, los productos alimenticios más dulces y agradables para estos honorables invitados.
-Señor- replicó Nasrudín-, qué puede ser más dulce y agradable que el corazón?. Ése es órgano que alberga el amor, la compasión, la generosidad y la misericordia.
Dejando de lado su explicación, el amo le ordenó que volviera a la cocina
-Vuelve con algo menos puro pero más decadente e indulgente!
Pasó una hora, luego dos, y los invitados, hambrientos, empezaron a impacientarse. Finalmente reapareció el cocinero con la comida de repuesto. Pero vieron horrorizados que, de nuevo, en los platos se amontonaban enormes corazones de oveja. El anfitrión y sus ofendidos invitados pidieron una explicación.
-Señor-dijo el cocinero-, esta vez me pedisteis que trajera platos indulgentes y decadentes de naturaleza menos pura. Qué puede haber más indulgente que un corazón que trata de servirse sólo a sí mismo? O más decadente que un corazón que sólo busca placer?.
FIN.
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Buenos y felices días tengáis tod@s,Un abrazo.
lunes, 9 de mayo de 2016
LA TORTUGA Y LAS DOS GARZAS. ( Cuento de origen chino, Autor "Henri Brunel".
En aquel tiempo, en la provincia de Hu-Nan, en el sureste de la China, a la orilla de un lago tranquilo, tres amigas vivían en paz. Eran dos grandes aves vestidas de blanco y gris, de pico sólido, alas inmensas como velas y cuello largo y flexible, dos garzas cenicientas (Area cinera), llamadas Ching y Chang, y una señora tortuga de edad avanzada, Pi-Huan. La tortuga tenía un carácter difícil: era rencorosa, susceptible y gruñona, pero guardaba la casa cuando las nobles aves se iban a pescar lejos. A su regreso la encontraban allí, fiel. Y a pesar de su cabeza un poco maciza, su lomo estriado, su manera de retirarse refunfuñando bajo su caparazón, la querían...como se ama un paisaje familiar, un punto de anclaje en las aguas móviles, en los cielos cambiantes.
Un día, al atardecer, mientras la señora Pi-Huan, con la cabeza hundida en el cuello, como solía, estaba atareada preparando la cena, Ching, que estaba posada en la rama de un árbol y se alisaba las plumas, observó:
-Tengo la impresión de que las aguas de nuestro "lago de la Tranquilidad"descienden de forma alarmante.
-Todos los veranos descienden -masculló Pi-Huan.
- Cuanta menos agua hay, más fácil es la pesca -dijo Chang, y se rió con despreocupación:"Kreeee...ik, kreeee...ik!".
-Hum- dijo Ching-, la verdad es que estoy preocupada...
La señora tortuga encogió sus hombros macizos y Chang siguió rascándose con delicia el hueco de las alas con su pico todavía rosado.
Y la noche, en el cielo anaranjado de China, cayó bruscamente. Las tres amigas se dormieron en el último resplandor.
El verano transcurría y no caía ni una gota de agua. La sequía era terrible.
El nivel de los ríos bajaba, los campos de algodón y de arroz ya no se regaban. El pequeño lago apacible dejaba al descubierto su fondo fangoso. Se anunciaba un período de hambre. Una noche las tres amigas celebraron consejo:
-Debemos partir hacía el norte- declaró Ching-, toda la región hasta Cantón es víctima de la sequía, debemos marcharnos de aquí mañana mismo.
-Vayamos a ver nuevos cielos- dijo Chang con ligereza, y se rió: "Kreee...ik".
Pero una voz cortante la interrumpió brutalmente:
-Y yo?- exclamó Pi-Huan, indignada- Cómo voy a partir? Soy vieja, mi caparazón es pesado y no tengo alas como vosotras. Es que acaso pensáis abandonarme?
Las dos garzas se miraron, contritas. Es verdad -se dijeron-, no podemos dejar aquí a nuestra vieja amiga, que se vería condenada a una muerte segura. Pero cómo podemos llevárnosla?
-Hay que encontrar una solución- dijo Ching.
Y las tres, bajo el cielo anaranjado de China, fueron a acostarse con el pensamiento ocupado por sombrías reflexiones.
Al día siguiente, en la aurora, celebraron un conciliábulo. Ching estaba en equilibrio sobre la pata derecha, Chang sobre la izquierda, y la señora Pi-Huan tenía una mirada furiosa e inquieta en sus ojos, que se desbordaban del cuello de su caparazón. - Ni hablar de quedarme sola aquí y morirme de sed!- estalló.
-Querida amiga, estoy de acuerdo con usted, pero cómo transportarla? se trata de un largo viaje!-suspiró Ching.
-Y es usted pesada, señora Pi-Huan- bromeó Chang-. Me acuerdo de cuando, el verano pasado, me pisó el pie. Ay!
-Fue culpa tuya...
-En absoluto
-Quizá tengo una solución- dijo Ching-, podríamos cortar un sólido bastón, Chang y yo lo sostendríamos cada uno por un extremo, y Pi-Huan lo mordería por el centro...
-Bravo- dijo Chang-. Es una idea extraordinaria, y la señora Pi-Huan no nos dará dolor de cabeza con su charla.
Se rió con ganas: "Kreee...ik!". La tortuga, un poco más tranquila, tuvo la prudencia de sonreír y no dijo nada.
-Señora Pi-Huan- insistió Ching-, sobre todo no abra la boca, volaremos a gran altura y, a pesar de su caparazón, si se cayera se rompería la crisma.
La tortuga asintió con un movimiento de cabeza.
******
Una hora más tarde las tres amigas alzaron el vuelo. El despegue fue un poco difícil. Las dos garzas no estaban habituadas a aquella sobrecarga insólita, pero pronto adoptaron un ritmo regular desplegando al unísono sus poderosas alas. Debajo de ellas desfilaba una campiña desolada. Campos de algodón devastados, arrozales abandonados, aquí y allá esqueletos de animales. Hacia mediodía, a medida que avanzaban hacía el norte, el paisaje se volvió más verde, más risueño. A media tarde, unos campesinos que trabajaban en los campos se dieron cuenta de su extraña tripulación:
-Mirad esa tortuga, qué inteligente es!- exclamaron- Se hace transportar por dos garzas!
Pi-Huan se abstuvo de responder, pero mientras mordía el bastón con energía saboreaba los cumplidos. Ahora sobrevolaban una ciudad, con sus templos, sus jardines, sus pagodas de tejados de oro, y los comentarios halagadores que subían hasta ella embriagaban a la señora Pi-Huan como un incienso:
-Es la reina de las tortugas? Os habéis fijado en esa brillante tripulación? Qué manera más inteligente de viajar!
Las dos garzas proseguían su vuelo regular, pero la fatiga empezaba a entumecer sus alas. Tenían prisa por encontrar un río o un lago apacible junto al que posarse.
Cuando pasaron por encima de un prado, unos pastorcillos las señalaron con el dedo. La señora Pi-Huan, que no se cansaba de los cumplidos, aguzó los oídos:
-Mirad esas dos garzas- dijo un muchachito, llevan esa tortuga palurda, sin duda para amenizar su cena. Qué inteligentes!
-Estúpidos pastores, no entendéis nada!- quiso gritar Pi-Huan. Pero apenas abrió la boca se soltó del bastón y se estrelló contra el suelo, con el caparazón reventado. Las dos garzas descendieron planeando, arrancaron una pluma gris y una pluma blanca de sus alas en señal de duelo, giraron un momento por encima de su pobre amiga y pronto desaparecieron en la lejanía.
FIN.
******
El sabio, dice el maestro del Zen, recibe con la misma indiferencia el halago y el desprecio. Es semejante a la llama de una vela, que sube recta y clara y que, al menor soplo, no flamea. Nadie puede agredirnos moralmente sin nuestro consentimiento, somos nosotros quienes abrimos las esclusas de la tristeza. Ninguna injuria podía hacer que la tortuga se soltara. El insulto, el desprecio, el anatema, representan la opinión del que los profiere, son su problema, no el nuestro. Puede ser, por lo demás, que la crítica esté justificada, entonces debemos aceptarla como tal. Quién es perfecto? También puede ser que sea errónea, parcial, injusta, entonces la dejamos en la boca del que la ha pronunciado. Nuestra paz, nuestro destino, están en nuestras manos. "En nuestros dientes", refunfuña el fantasma de la tortuga.
Muchas gracias por estar ahí, espero de corazón que, Cuentos, leyendas, historias y demás cosas os ayuden en el ir y venir de la vida, que paséis una muy buena semana y os espero en la próxima, Hasta luego!.
Un día, al atardecer, mientras la señora Pi-Huan, con la cabeza hundida en el cuello, como solía, estaba atareada preparando la cena, Ching, que estaba posada en la rama de un árbol y se alisaba las plumas, observó:
-Tengo la impresión de que las aguas de nuestro "lago de la Tranquilidad"descienden de forma alarmante.
-Todos los veranos descienden -masculló Pi-Huan.
- Cuanta menos agua hay, más fácil es la pesca -dijo Chang, y se rió con despreocupación:"Kreeee...ik, kreeee...ik!".
-Hum- dijo Ching-, la verdad es que estoy preocupada...
La señora tortuga encogió sus hombros macizos y Chang siguió rascándose con delicia el hueco de las alas con su pico todavía rosado.
Y la noche, en el cielo anaranjado de China, cayó bruscamente. Las tres amigas se dormieron en el último resplandor.
El verano transcurría y no caía ni una gota de agua. La sequía era terrible.
El nivel de los ríos bajaba, los campos de algodón y de arroz ya no se regaban. El pequeño lago apacible dejaba al descubierto su fondo fangoso. Se anunciaba un período de hambre. Una noche las tres amigas celebraron consejo:
-Debemos partir hacía el norte- declaró Ching-, toda la región hasta Cantón es víctima de la sequía, debemos marcharnos de aquí mañana mismo.
-Vayamos a ver nuevos cielos- dijo Chang con ligereza, y se rió: "Kreee...ik".
Pero una voz cortante la interrumpió brutalmente:
-Y yo?- exclamó Pi-Huan, indignada- Cómo voy a partir? Soy vieja, mi caparazón es pesado y no tengo alas como vosotras. Es que acaso pensáis abandonarme?
Las dos garzas se miraron, contritas. Es verdad -se dijeron-, no podemos dejar aquí a nuestra vieja amiga, que se vería condenada a una muerte segura. Pero cómo podemos llevárnosla?
-Hay que encontrar una solución- dijo Ching.
Y las tres, bajo el cielo anaranjado de China, fueron a acostarse con el pensamiento ocupado por sombrías reflexiones.
Al día siguiente, en la aurora, celebraron un conciliábulo. Ching estaba en equilibrio sobre la pata derecha, Chang sobre la izquierda, y la señora Pi-Huan tenía una mirada furiosa e inquieta en sus ojos, que se desbordaban del cuello de su caparazón. - Ni hablar de quedarme sola aquí y morirme de sed!- estalló.
-Querida amiga, estoy de acuerdo con usted, pero cómo transportarla? se trata de un largo viaje!-suspiró Ching.
-Y es usted pesada, señora Pi-Huan- bromeó Chang-. Me acuerdo de cuando, el verano pasado, me pisó el pie. Ay!
-Fue culpa tuya...
-En absoluto
-Quizá tengo una solución- dijo Ching-, podríamos cortar un sólido bastón, Chang y yo lo sostendríamos cada uno por un extremo, y Pi-Huan lo mordería por el centro...
-Bravo- dijo Chang-. Es una idea extraordinaria, y la señora Pi-Huan no nos dará dolor de cabeza con su charla.
Se rió con ganas: "Kreee...ik!". La tortuga, un poco más tranquila, tuvo la prudencia de sonreír y no dijo nada.
-Señora Pi-Huan- insistió Ching-, sobre todo no abra la boca, volaremos a gran altura y, a pesar de su caparazón, si se cayera se rompería la crisma.
La tortuga asintió con un movimiento de cabeza.
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Una hora más tarde las tres amigas alzaron el vuelo. El despegue fue un poco difícil. Las dos garzas no estaban habituadas a aquella sobrecarga insólita, pero pronto adoptaron un ritmo regular desplegando al unísono sus poderosas alas. Debajo de ellas desfilaba una campiña desolada. Campos de algodón devastados, arrozales abandonados, aquí y allá esqueletos de animales. Hacia mediodía, a medida que avanzaban hacía el norte, el paisaje se volvió más verde, más risueño. A media tarde, unos campesinos que trabajaban en los campos se dieron cuenta de su extraña tripulación:
-Mirad esa tortuga, qué inteligente es!- exclamaron- Se hace transportar por dos garzas!
Pi-Huan se abstuvo de responder, pero mientras mordía el bastón con energía saboreaba los cumplidos. Ahora sobrevolaban una ciudad, con sus templos, sus jardines, sus pagodas de tejados de oro, y los comentarios halagadores que subían hasta ella embriagaban a la señora Pi-Huan como un incienso:
-Es la reina de las tortugas? Os habéis fijado en esa brillante tripulación? Qué manera más inteligente de viajar!
Las dos garzas proseguían su vuelo regular, pero la fatiga empezaba a entumecer sus alas. Tenían prisa por encontrar un río o un lago apacible junto al que posarse.
Cuando pasaron por encima de un prado, unos pastorcillos las señalaron con el dedo. La señora Pi-Huan, que no se cansaba de los cumplidos, aguzó los oídos:
-Mirad esas dos garzas- dijo un muchachito, llevan esa tortuga palurda, sin duda para amenizar su cena. Qué inteligentes!
-Estúpidos pastores, no entendéis nada!- quiso gritar Pi-Huan. Pero apenas abrió la boca se soltó del bastón y se estrelló contra el suelo, con el caparazón reventado. Las dos garzas descendieron planeando, arrancaron una pluma gris y una pluma blanca de sus alas en señal de duelo, giraron un momento por encima de su pobre amiga y pronto desaparecieron en la lejanía.
FIN.
******
El sabio, dice el maestro del Zen, recibe con la misma indiferencia el halago y el desprecio. Es semejante a la llama de una vela, que sube recta y clara y que, al menor soplo, no flamea. Nadie puede agredirnos moralmente sin nuestro consentimiento, somos nosotros quienes abrimos las esclusas de la tristeza. Ninguna injuria podía hacer que la tortuga se soltara. El insulto, el desprecio, el anatema, representan la opinión del que los profiere, son su problema, no el nuestro. Puede ser, por lo demás, que la crítica esté justificada, entonces debemos aceptarla como tal. Quién es perfecto? También puede ser que sea errónea, parcial, injusta, entonces la dejamos en la boca del que la ha pronunciado. Nuestra paz, nuestro destino, están en nuestras manos. "En nuestros dientes", refunfuña el fantasma de la tortuga.
Muchas gracias por estar ahí, espero de corazón que, Cuentos, leyendas, historias y demás cosas os ayuden en el ir y venir de la vida, que paséis una muy buena semana y os espero en la próxima, Hasta luego!.
domingo, 8 de mayo de 2016
SILENCIO. "Anthony de Mello".
MEDITAR ES OBSERVAR TODO LO QUE SE ENCUENTRA
EN LOS FILTROS DE TU CONCIENCIA.
En Oriente, un gran rey fue a visitar a su maestro y le dijo: -Soy un hombre muy ocupado, podría decirme cómo puedo llegar a unirme con Dios? Respóndame en una sola frase!
Y el maestro le dijo:- Le daré la respuesta en una sola palabra!
Qué palabra es ésa? - preguntó el rey.
Dijo el maestro:- Silencio!
- Y cuándo podré alcanzar el silencio? -dijo el rey.
-Meditación! -dijo el maestro.
La meditación en Oriente significa no pensar, estar más allá del pensamiento.
Entonces dijo el rey: -Qué es la meditación?
El maestro respondió: -Silencio!
-Cómo lo voy a descubrir? -preguntó el rey.
-Silencio!, respondió el maestro.
-Cómo voy a descubrir el silencio?
-Meditación!
- Y qué es la meditación?
-Silencio!.
EN LOS FILTROS DE TU CONCIENCIA.
En Oriente, un gran rey fue a visitar a su maestro y le dijo: -Soy un hombre muy ocupado, podría decirme cómo puedo llegar a unirme con Dios? Respóndame en una sola frase!
Y el maestro le dijo:- Le daré la respuesta en una sola palabra!
Qué palabra es ésa? - preguntó el rey.
Dijo el maestro:- Silencio!
- Y cuándo podré alcanzar el silencio? -dijo el rey.
-Meditación! -dijo el maestro.
La meditación en Oriente significa no pensar, estar más allá del pensamiento.
Entonces dijo el rey: -Qué es la meditación?
El maestro respondió: -Silencio!
-Cómo lo voy a descubrir? -preguntó el rey.
-Silencio!, respondió el maestro.
-Cómo voy a descubrir el silencio?
-Meditación!
- Y qué es la meditación?
-Silencio!.
martes, 3 de mayo de 2016
EL NOBLE SAMURÁI. "Autor, Henri Brunel".
Un hermoso día de verano, un noble samurái, reconocible por su moño de guerrero, sus manguitos metálicos, su coraza de cuatro faldones y los dos sables tradicionales, penetra con paso firme y tranquilo en una modesta venta. Estamos en el siglo XIV, en un pueblo de la gran isla de Honshu. Una nube de insectos zumba en el aire caliente.
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El noble samurái se sienta, pide un plato de arroz. Deshace la parte alta de su coraza y se descarga con precaución y respeto de sus dos sables. Es el único viajero. Come con gesto armonioso y preciso, llevándose los palillos a la boca. En ese momento se oye un ruidoso griterío. Tres ronins, guerreros vagabundos, sin señor (daymio), más parecidos, a decir verdad, a salteadores de caminos que a auténticos samuráis, irrumpen en la sala. Llaman con grosería al posadero, reclaman sake y se sientan atropellándose. Sus espadas brillan. De pronto, uno de ellos se fija en el samurái silencioso, con la nariz en la escudilla y los dos sables magníficos a su lado. Avisa a sus compañeros. Los ronins se intercambian una mirada y se consultan en voz baja. El samurái está solo, confiado. El posadero, que no es un guerrero, no cuenta. Son tres. Ponen las manos en la guarnición de sus espadas, dispuestos a saltar. En ese momento el noble samurái levanta negligentemente el palillo, que sostiene en la mano derecha, y con un gesto cortante y limpio, vivo como un relámpago: "Clac, clac, clac!", abate tres moscas que zumbaban en sus oídos, y de nuevo se pone a comer tranquilamente, sin levantar la nariz del plato.
Los tres ronins dejan tres monedas de cobre en la mesa y se marchan de la venta en silencio.
FIN.
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Cuando un adepto del zen, un sabio, se ha liberado del deseo, de la vanidad y del miedo, cuando su "yo" se ha anulado, cuando se ha abierto al infinito del Atma que hay en su interior, entonces puede vencer sin sable, sin espada, sin combate.
Como siempre os deseo una muy buena semana, daros las gracias por estar ahí y esté abrazo para todos vosotros y vosotras, hasta la semana que viene.
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El noble samurái se sienta, pide un plato de arroz. Deshace la parte alta de su coraza y se descarga con precaución y respeto de sus dos sables. Es el único viajero. Come con gesto armonioso y preciso, llevándose los palillos a la boca. En ese momento se oye un ruidoso griterío. Tres ronins, guerreros vagabundos, sin señor (daymio), más parecidos, a decir verdad, a salteadores de caminos que a auténticos samuráis, irrumpen en la sala. Llaman con grosería al posadero, reclaman sake y se sientan atropellándose. Sus espadas brillan. De pronto, uno de ellos se fija en el samurái silencioso, con la nariz en la escudilla y los dos sables magníficos a su lado. Avisa a sus compañeros. Los ronins se intercambian una mirada y se consultan en voz baja. El samurái está solo, confiado. El posadero, que no es un guerrero, no cuenta. Son tres. Ponen las manos en la guarnición de sus espadas, dispuestos a saltar. En ese momento el noble samurái levanta negligentemente el palillo, que sostiene en la mano derecha, y con un gesto cortante y limpio, vivo como un relámpago: "Clac, clac, clac!", abate tres moscas que zumbaban en sus oídos, y de nuevo se pone a comer tranquilamente, sin levantar la nariz del plato.
Los tres ronins dejan tres monedas de cobre en la mesa y se marchan de la venta en silencio.
FIN.
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Cuando un adepto del zen, un sabio, se ha liberado del deseo, de la vanidad y del miedo, cuando su "yo" se ha anulado, cuando se ha abierto al infinito del Atma que hay en su interior, entonces puede vencer sin sable, sin espada, sin combate.
Como siempre os deseo una muy buena semana, daros las gracias por estar ahí y esté abrazo para todos vosotros y vosotras, hasta la semana que viene.
CAMELLOS Y HOMBRES. "Autor, Idries Shah".
-Nasrudín- le preguntó el vecino-, quién es más inteligente, el camello o el hombre?
-El camello- contestó el mulá-, porque lleva cargas pesadas sin quejarse, pero nunca pide una carga adicional. El hombre, por el contrario, atestado de responsabilidades, siempre quiere aumentar sus cargas.
FIN.
-El camello- contestó el mulá-, porque lleva cargas pesadas sin quejarse, pero nunca pide una carga adicional. El hombre, por el contrario, atestado de responsabilidades, siempre quiere aumentar sus cargas.
FIN.
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